domingo, 21 de marzo de 2010

Inciso 2


Esta semana no he podido dar mi paseo periférico. La gripe y una excursión dominguera al Rastro me han impedido salirme del plato. La gripe tampoco me dejó el otro día caminar desde Fuencarral hasta Plaza de Castilla, como pensaba, y visitar la Colonia San Cristóbal, objeto del link que me envíó Esther, quien ya me ha advertido que no piensa darme más chivatazos. El link lleva a un blog cojonudo llamado "Urban Idade. Memorias de las redes urbanas", que hace lo que yo aquí pero de otro modo, con información y voluntad de archivo. El post dedicado a la Colonia San Cristóbal empieza así: "En 1948 se proyecta la prolongación de la Avenida del Generalísimo y surge la Colonia San Cristóbal (1948-1949), resultado de la colaboración entre el Patronato Municipal de la Vivienda y la Empresa Municipal de Transportes de Madrid, que por aquel entonces instalaba las cocheras de sus autobuses justo en frente de las casas. Con el objetivo de facilitar viviendas asequibles a los empleados de la Empresa EMT, se encarga el proyecto al arquitecto Secundino Zuazo (urbanista comprometido con la República y luego uno de los autores del modelo arquitectónico del primer franquismo, a pesar de haber soportado un largo exilio como castigo a su republicanismo) , que utiliza la bóveda tabicada y el ladrillo en este curioso conjunto de casas baratas de los años 40". Se ilustra el tema con fotos:













(De nuevo, idealización del pasado. Me digo: aquí sí había espacio/sensación de libertad -me refiero al campo, a salir y pisar tierra, pero igual ellos salían y pisaban mierda-).

El que lleva el blog magnífico se llama, o se hace llamar, Enrique Fidel, y sus fotos de Flickr son las que yo sacaría si me funcionara la cámara. ¿Quién será ese tocayo de mirada? Si me animo, igual le escribo. Puede que haya suerte y me lleve a dar un paseo por las casuchas.

El cuento de Juan P. sobre Plaza de Castilla, del que también hablé en el post anterior, empieza así: "La Plaza de Castilla era un lugar extraño. La primera vez que la vi debió de ser desde el seiscientos de mi madre, camino al colegio. Pero no retengo ninguna de sus imágenes tras la ventanilla. Más tarde, también camino al colegio, debí seguir mirándola, ahora desde los cristales del autobús de ruta. Pero la verdad es que debía ir yo demasiado ocupado en el guirigay que se montaba adentro. Tampoco la veo entonces". El relato habla sobre los límites, y me doy cuenta de que si hubiera llegado a Plaza Castilla en mi última excursión, me habría alejado del cuento, pues andaba yo delimitando en exceso. Además era domingo y hacía calor, y la cotidianidad del cuento de Juan P. es la de un día invernal entre semana.

Me escribe de nuevo Charo. Primero para mandarme un informe donde cuenta un paseo por Los P. Se titula LOS TERRITORIOS SEGÚN LA OBSERVACIÓN DIRECTA Y EL ANÁLISIS DE LAS ENTREVISTAS, y creo que resume bien lo que es el trabajo de Charo. Pego aquí lo que sigue (me doy cuenta de que en mi elección no prima lo social; lo que quiero es trasponer en estilo la monotonía paisajística, lo que vendría a ser una repetición infinita de esto): "Salimos de la Escuela Taller y nos internamos caminando en Amate por las casitas bajas. Sorprende ver estas calles que parecen de pueblo tan cerca de la boca de metro “1º de Mayo”, integradas en la estructura urbana de S., calles tranquilas y silenciosas en la mañana de otoño (noviembre 2009), formadas por casas distintas entre sí, que denotan su origen de autoconstrucción tras las fachadas de diferentes calidades, cuidadas individualmente. Pasamos por una plaza arbolada, con bancos, antes de llegar a la Avenida que nos separa de los T. B., esa zona a la que popularmente se conoce en S. como “Los P.”, y que abarca las siguientes barriadas: Los P., M. de D., La C. y N. El paseo, a partir de esa frontera, nos llevará a una mezcla de realidades en ese reducido espacio urbano (el más reducido de los 4 territorios), que nuestro acompañante (habitante de la zona, y que también fue elegido informante clave) nos ayuda a mirar con atención". Lo de "informante clave" le pone el extrañamiento y el suspense al texto. Lo literario.




En su segundo e-mail Charo quiere saber qué me pareció la actuación de las gitanas de El Vacie. Fui a ver la obra con una amiga, directora teatral, y acabamos a gritos. Mi amiga gritaba que no había derecho a que en el Teatro Español programaran un espectáculo llevado a cabo por gente que no era profesional, que le parecía que todo estaba montado con recursos facilones, como poner música de Kusturica, que se notaba que las gitanas iban a la señal, y que la obra de Lorca se la habían merendado. Yo a su vez le gritaba que me había gustado precisamente porque no era un trabajo de profesionales, porque las gitanas iban todo el rato a la señal, porque ponían música de Kusturica y porque habían hecho lo que le habían dado la gana con la obra de Lorca. Le gritaba que la obra me había gustado por todo lo que me da repelús del teatro: actores que actúan, falsa naturalidad, etc. Ella se ponía aún más negra y gritaba que en el buen teatro no hay esa falsa naturalidad, que cómo me atrevía a decir eso con el poco teatro que había visto, y yo volvía a gritarle que no iba a ver más porque me fastidiaba ver actores actuando, y ella entonces gritaba que no tenía derecho a hablar si sólo había visto obras malas. Llegamos afónicas al coreano-japonés donde cenamos.

No quiero acabar sin contar esto sobre mi excursión no periférica de hoy: Pilar, que vive en Aluche, pero que nació en Cascorro, me ha dicho que tiene una novela titulada El llanero de El Rastro, en honor a un tipo que vendía cómics en El Rastro disfrazado de llanero solitario. Un día se acercó al llanero y le dijo: te voy a sacar en una novela. Ahora que ya la ha escrito, no le ha dicho nada; ni siquiera sabe si sigue con su negocio. Luis V., que tiene uno de sus puestos frente a Marihuana y que ha hecho de anfitrión, nos ha ilustrado sobre la procedencia del nombre del mercado más insigne de Madrid. Antiguamente había un matadero en Cascorro. La sangre de los animales corría calle abajo, y de ahí que se conozca la zona como Rastro. El marido de Roxana ha dicho que en México es usual llamar "rastro" al espacio que rodea a los mataderos.




(La única memoria que tengo de la ciudad es la de mi padre. Cuando voy al Rastro, procuro pasar por delante de lo que fue su casa, al lado de Tirso, frente al cine Alba, que es una sala X.)

PARA EL CÓMIC: ya hemos empezado a trabajar. Lo obvio es para mí, que llevaba sin leer cómics desde antes de mi adolescencia, una sorpresa. La imagen lo es todo, y tengo que reducir el texto al mínimo. También descubro con cierta satisfacción que lo que se escucha por ahí de que la mejor novela de ahora es un cómic (o una teleserie) es, en un sentido literal, una falacia. Aun si se escribe de una manera visual, el marco lo determina todo, y si éste es literario, lo visual se genera dentro de la "norma" literaria. Al llevarse a otro formato se convierte en una cosa distinta.

domingo, 14 de marzo de 2010

Segundo día

A los 15 años mi padre pasó una noche en Fuencarral. Vendía telas, y había ido a visitar a un hombre que completaba su jornal cosiendo trajes. Se le hizo tarde y se quedó sin tranvía, y el hombre, que no le compró ninguna tela, le consiguió alojamiento en una casa particular. Hablo de 1958.




Es Marta la que pone en duda mi concepto de periferia. Me dice: "Para los de Leganés, la periferia no era Aluche, éramos nosotros". También me tambaleé cuando Juan P. me dijo: "en mi libro hay un cuento dedicado a Plaza de Castilla". Pensé: ¿pero Plaza de Castilla es periferia? ¿No son las torres Kio y sus nuevas vecinas lo que busco desde lejos, entre la nube de polvo y contaminación, hasta el punto de que, si me faltan, no puedo soltar a gusto: Madrid? La pregunta evidencia mi noción de periferia: todo lo que no funciona como identificador de la ciudad. No es que los barrios no dejen su impronta, lo que ocurre es que, si no se vive en ellos, forman parte del espacio urbano como un todo, como una gran panorámica de color ladrillo y con descampados donde estamos dispuestos a creer que tenemos el don de la ubicuidad. David dice que se tiende cada vez más a hacer una vida centrífuga, y que los límites sólo pueden ser itinerantes: "hay quienes los ponen en Plaza Elíptica, pues de ahí salen autobuses a Leganés, a Móstoles, a Parla". También dice que la periferia sólo puede definirse con relación a un concepto, y que si lo hacemos desde las políticas culturales que se destinan a los barrios, concluiríamos que Madrid sólo tiene cuatro distritos: los que salen en el mapa de El Corte Inglés que encontramos en las recepciones de los hoteles y de los colegios mayores. Es decir: el centro y poco más.

Cojo la línea 10 en Tribunal y bajo donde nunca lo he hecho: en Fuencarral. Me cuesta moverme. Ayer me levanté griposa, y aunque no tengo fiebre, siento un peso caliente en la cabeza y en las extremidades (mientras escribo esto, mis neuronas amenazan con declarar una huelga sin servicios mínimos). Salgo a la calle Fuente Chica esperando encontrarme con una fuente.  La culpa de todo ya no es de Yoko Ono, sino de la Wikipedia. Llevo a mi padre en la cabeza, que llegó a Madrid el 30 de diciembre de 1948, a los 5 años, y que se fue a Badalona en 1961 (las fechas no las llevo en la cabeza; me las ha dicho luego, porque le encanta alardear de su memoria). Cuando le tocó hacer noche aquí, Fuencarral aún era un pueblo, y él tenía el dinero justo para el tranvía. Tal vez no lo alojaron gratis, sino a cambio de algunas telas.  El caso: busco la fuente, y tomo la calle Badalona no por mi padre, sino porque me parece la más atractiva. Pregunto a una señora mayor que sacude un trapo en una ventana por Plaza de Castilla (mi idea es callejear hacia el cuento de Juan P.). La señora es muy amable y me dice que queda lejos. Yo aprovecho para contarle qué hago aquí. Cuando me despido, siento no haberle preguntado por la fuente, y abordo a una chica que debe de ser de mi edad, y que está embarazada. La chica saca su orgullo y me dice que el verdadero Fuencarral, el de toda la vida,  no es esto, sino que está más arriba, a partir de la Iglesia de Nuestra Señora de Valverde ("mi virgencita, lo más importante del barrio"). La única fuente de la que ha oído hablar es un parque al que se le conoce como Fuente Piejo o Fuente Piojo (no lo dudo sólo yo al escribirlo, la chica también al pronunciarlo). Allí lleva todos los días a su perro. Con ella no puedo sincerarme como con la señora mayor; me parece que va a pensar que estoy loca si le digo que me dedico a pasearme por los barrios, y le suelto que soy periodista y que estoy escribiendo un artículo (el termómetro marca ya más de 37 y medio: ¿es esto fiebre?).

No hay fuente, pero escucho el agua que baja por las alcantarillas durante mi ascenso por Divina Pastora, donde me topo con Ñam-ñam, un comedor escolar dedicado a la educación alimentaria, con su plaquita de autorización de la Comunidad de Madrid. Cierto que a partir de aquí muchas calles son pueblo: casas bajas, silencio, alguna que otra silla junto a la puerta  porque el sol pica, tendederos de los que podríamos llevarnos un arrugado botín de batas floreadas y medias. Tiene razón la chica al darle tanta importancia a su virgencita: la calle principal se llama como la Iglesia, Nuestra Señora de Valverde, y supongo que la calzada que la cruza es la antigua carretera nacional. La incipiente gripe me mantiene pegada a estos hitos urbanos, aunque a ratos me olvido. Por ejemplo: llego a un parque que tal vez sea  Fuente Piejo o Fuente Piojo, candidato a marcar el límite de Fuencarral. Desde la colina, a la derecha, se avista tierra yerma, como escarbada y vuelta a poner, con montoncitos de escombros y grúas; a la izquierda, edificios y chalets nuevos, de los de tejado de pizarra y dos plantas que (me) producen desazón. El fin del fin es la sierra, y lo que me interesa es una casa vieja, de esas que quedan como reliquia en las afueras. De lejos parecen ruinas pero, si te acercas, siempre descubres un huerto, y que las han encalado hace poco. En ésta había, además, una fregona secándose entre los barrotes de una ventana y un caminillo franqueado por cactus. Nunca he conocido a nadie que sea dueño de una casa de estas, y me gustaría.

Otros hitos: la Casa Grande de Fuencarral, una suerte de palacio-cortijo en toda regla (he encajado el ojo en la cerradura de la puerta trasera); la bodega Pedro, de 1825 (entraba una mujer parecida a Pilar Bardem), una antigua ¿fabrica, tienda? de "jabón de Castilla" y "aceites de oliva" llamada Juan del Pozo (me he preguntado si tendría algo que ver con Jesús del Pozo). Para volver, he cogido el SE, y cerca de la Plaza de Castilla, en la calle Enrique Larreta,  había una placa que decía: "pluma que alcanzó la órbita trascendente de lo hispánico".

El termómetro marca 38 y unas décimas. Esto ya es fiebre. Lo dejo sin PARA EL CÓMIC, qué rabia. Y no quiero tomar antibiótico.  Espero no acabar delirando nombres de calles.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Inciso 1

Me he estado planteando cuestiones de diseño, como la de dónde poner la licencia de Creative Commons. La página que dispensa las licencias sólo me ha dado indicaciones para colocar el (¿logo? ¿aviso? ¿señal?) al final de cada entrada, y eso queda feo si publico posts de unas pocas líneas. Me consta que debe de haber un gadget que fije la señalita en alguno de los lados, pero es que también tengo problemas con los gadgets. Parecen disponerse en el orden en el que se seleccionan, y no puede ser que delante de mi foto vayan los comentarios a las entradas, por ejemplo.

Tema periférico: me escribe mi amiga Charo, que es socióloga y lleva ya unos años trabajando con colectivos marginales en Sevilla, para decirme que no entiende cómo no cogemos más a menudo los autobuses que llevan a los barrios, aunque sólo sea por curiosidad. También me dice que le gusta descubrir nuevas líneas de bus para llegar a los sitios en los que trabaja, pues eso le permite ver más, ampliar ruta.  Juan P. me dio el otro día una buena respuesta contra el desinterés que despiertan los barrios/territorios fronterizos: en ellos conviven "lo que se conoce y lo que se cree conocer".

Un grupo de mujeres gitanas del Vacie están ahora representando una obra de teatro en Madrid. Charo me dijo que son un trozo de la periferia sevillana, que no me las perdiera, y el sábado voy a verlas. Que conste que no es mi intención asomarme a colectivos marginales, porque creo que no se debe hacer turismo con ellos. Voy a limitarme a caminar por espacios en los que yo podría vivir, en los que de hecho he vivido. Pero quiero mencionar a estas mujeres porque ellas son la periferia de Charo, que no es ninguna turista, sino que se arremanga y se pone a la faena.

domingo, 7 de marzo de 2010

Primer día


Cojo el C2 en Moncloa. A la altura de Príncipe Pío, me doy cuenta de que el plan inicial era tomar un autobús en Marqués de Vadillo para subir General Ricardos. O mejor: tomar un autobús que lleva a un cerro con un solar, donde llegué un día de verano, cuando vivía en Carabanchel y tenía un novio en el Alto de Extremadura. Ignoro qué autobús es, y si en verdad no lo tomé en la zona del Alto y no por mi antiguo barrio. Por un instante pienso que lo he soñado; sin embargo, recuerdo con demasiada nitidez el trayecto de vuelta en ese mismo autobús. No sé  a santo de qué guardo una imagen tan precisa de algo tan trivial: una madre y una niña sentadas delante de mí, y a la izquierda una mujer con rasgos del este. No había nadie más. Hacía mucho calor, y apuesto cualquier cosa a que era domingo, como hoy.

El caso: en Príncipe Pío me doy cuenta de que el C2, que hace años que no me lleva a ningún sitio, me deja en Virgen del Puerto, y no junto al puente de Toledo. Da igual. No es verano, y tampoco puedo aspirar a encontrar aquel cerro. El Manzanares alza un vuelo parecido al de una paloma coja, a pesar de que ha llovido todo el invierno. Me da un poco de pena. Al Paseo de Extremadura sólo he vuelto tres veces en los últimos... ¿seis años? Una vez para cenar en un colombiano que da al río; las otras dos,  para comer dim sum en Don Lay, un chino con pinta de asador.

El plan es barrer la periferia, todavía no sé con qué fin. Desde siempre me ha gustado caminar, y hace meses que siento la necesidad de recorrer de una manera más o menos exhaustiva los barrios de Madrid. Se trata de un impulso creativo, pues buena parte de mi escritura se alimenta de espacios limítrofes e indefinidos. Sin embargo también hay, y eso es raro en mí, el deseo de un saber "objetivo" (normalmente, para escribir, me bastan las impresiones). Tengo vagas nociones de cuándo se levantaron los barrios y de lo que fue el desarrollismo. Supongo que no debe de ser complicado armar la historia del cinturón, trazar un mapa humano y de arquitectura. Habrá libros, tesis y artículos sobre ello. Tengo un par de amigo arquitectos que tal vez puedan decirme por dónde empezar.



El 39 une Ópera con la Colonia San Ignacio de Loyola. Lo he tenido que mirar en la Wikipedia, porque se me había olvidado. Me llaman la atención los viejos cuarteles a ambos lados de la carretera, con una iglesia con pinta de estar abandonada. No recordaba esos cuarteles, semejantes al manicomio que hay en General Ricardos. De repente, dudo de que los cuarteles sean en verdad cuarteles (los recuerdo así de la época de mi antiguo novio,  con cuya hermana íbamos al Ikea), e ídem con lo del manicomio. Sólo puedo nombrar esto de mi ascensión matutina: la Casa de Campo, que se ve al final de las calles de la derecha, la entrada al zoo, carteles para Cuatro Vientos (me viene a la cabeza la visita del Papa y la ciudad forrada con pancartas a favor y en contra). Voy de pie en el bus; siento cierto gusto en que suban viejos, en que vayan pobremente vestidos, en que uno hable con el chófer de la misma manera en que los viejos de mi pueblo hablan en la calle, o en el bar. Yo soy un poco de pueblo, y otro poco de ciudad. Bajamos en lo que supongo que es la Colonia San Ignacio de Loyola, y camino hasta la avenida del General Fanjul. Lo de hoy es sólo una pequeña toma de contacto. En General Fanjul cojo el 17, que ya me lleva por lugares familiares: Aluche, Carpetana, el parque de Carabanchel. No sé si el parque se llama así; yo siempre me he referido a él con este nombre. Según mi antiguo novio, el parque de Carabanchel se hizo para mandar a la porra o a algún sitio peor el poblado de los Cármenes. Pasamos también por Eugenia de Montijo. En la calle Ocaña pienso que no puede haber otros nombres mejores para la periferia sur. No marcan sólo caminos, sino procedencias. Imagino a la gente de Ocaña que lleva siglos viviendo en Carabanchel, cuya estación de metro conserva el cartelillo antiguo.



Pensaba que esto iba a ser un mero registro, o un cuaderno de notas, o un diario ligero, pero me he marcado una señora entrada. Da igual. Tal vez se trate del entusiasmo del primer día.

Otra cosa: no pretendo cuidar el estilo. Que salga como quiera.

PARA EL CÓMIC: Asocio el ferry con un edificio cualquiera de los que veo, y pienso en que la forma de las ventanas es similar a la fachada lateral de ciertos inmuebles. Visualizo un edificio en el mar, pero es una imagen demasiado fácil. Luego veo al personaje aún anónimo diciéndose esto mientras recorre el ferry. Es una mujer, y trasmite una frialdad mesurada, tranquilizadora, razonable. Está haciendo cábalas sobre lo que observa, que a su vez también es frío: material blanco, sucio; un ligero olor a suela mojada, a sudor, a patatas fritas y a pescado.


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