lunes, 31 de octubre de 2011

Heridas abiertas. Sobre conejos, SEPES, el antiguo Parque de Ingenieros y la Asamblea de Villaverde /15-M




Cuando echaron abajo el Muro de Berlín hubo una invasión de conejos en los parques de la ciudad. Al parecer, eran conejos marrones, mansos y orondos. Así los muestra  el documental: Mauerhase (traducido al español por Conejo a la Berlín). Estos animales habían vivido durante veintiocho años en la franja del Muro, una suerte de Cielo de los Roedores de 120 kilómetros. Allí no había zorros, ni lobos, ni ningún otro depredador, y los conejos disponían de un jugoso césped sobre el que ensayar su constante y discreto movimiento de carrillos. Erich Honecker, que fue presidente de la República Democrática Alemana, decidió protegerlos, y el gesto tiene una lectura siniestra, ya que Honecker no vacilaba en liquidar a los disidentes que trataban de huir al Oeste. El presidente no contó con que las madrigeras de los conejos pudieran atravesar el muro, y el día en que empezaron a aparecer conejitos gordos de miradas apacibles encaramándose a las jardineras de la ciudad decidió echar veneno en el césped de la franja. La decisión los hermanó con las ratas. Ya no eran simpáticos animalitos de piel mullida, suave y proclive al placentero enterramiento de falanges, sino una plaga.  Las plagas son langostas devorando cosechas, y cucarachas que corren bajo las paredes empapeladas de las casas. Algunos conejos sobrevivieron al césped envenenado, y cuando derribaron el Muro, la diezmada población vagó  por la ciudad. Se cuenta que no sabían sobrevivir.  La ignorancia los convirtió en  el símbolo de los habitantes del Este, que tampoco sabían cómo pasar a la siguiente pantalla.

Que los conejos se convirtieran en símbolo popularizó el relato, lo que significa que éste es narrado en unos términos algo bobos. La sinopsis de Conejo a la Berlín dice así: "La historia nunca antes contada de los conejos silvestres que vivieron entre los Muros de Berlín. Durante 28 años la Zona de la Muerte fue un hogar seguro para ellos: llena de hierba, libre de depredadores y con guardias que los protegían de la gente. Vivían encerrados, pero felices. Cuando su población creció demasiado, los guardias comenzaron a eliminarlos. Pero los conejos sobrevivieron y permanecieron allí. Lamentablemente, un día el muro se derrumbó. Los conejos tuvieron que abandonar el cómodo sistema. Se mudaron a Berlín Occidental y algunas colonias han vivido allí desde entonces. Todavía están aprendiendo a vivir en el mundo libre, al igual que los ciudadanos de Europa del Este".





¿Se puede decir de un conejo que es feliz? ¿Y que se mudó? ¿Y que está aprendiendo a vivir en el mundo libre? ¿Qué es exactamente el mundo libre para un conejo? ¿Se ha convertido el relato de los conejos del Muro para los berlineses en una fábula?

El señor conejo consideraba que su vida era razonablemente feliz. Sin embargo, un día echaron cemento sobre su madriguera, y no tuvo más remedio que mudarse.





Ignoraba esta historia. Me la contó Teresa Amor, y fue a propósito de otros animales que habitan lo que fue el Parque de Ingenieros, objeto, aunque por el momento no lo parezca, de esta entrada. El  antiguo  Parque de  Ingenieros, donde reinan las perdices y los cernícalos, está en Villaverde, y lo delimita un muro blanco, añoso, familiar porque se parece a los muros que en mi infancia rodeaban cualquier cosa oficial: los muros del colegio, los muros de las vías del tren, los muros del cuartel de la Guardia Civil. Aquellos muros siempre daban la impresión de que podían saltarse, y ahí estaba la piedra mal puesta, encalada apenas, en la que auparse y pasar al otro lado. Venía entonces ese ligero temor de perros al acecho, de pozos, pues hasta hacía poco los niños se ahogaban en pozos que parecían crecer bajo la hierba, pozos que nadie usaba y que estaban allí para que te encontraras con la muerte.





El Parque de Ingenieros tiene una larga historia que no voy a contar aquí. Hasta hace muy poco perteneció al Ejército, y era un cuartel que llegó a estar ocupado por unas mil personas según Pedro Montoliú, cronista oficial de la Villa de Madrid. Para ir hay que tomar la línea 5 de metro, bajarse en Ciudad de los Ángeles y atravesar unas cuantas calles con nombres de zarzuelas. Lo que viene a continuación es como si hubiesen demolido una colonia en el centro de la ciudad, no hubieran recogido los escombros y hubiesen pasado once años, tiempo suficiente como para que los cascotes se cubran de tierra y el paisaje parezca, de una forma extrañamente natural, lleno de montículos ásperos.





Desde luego, un sitio así es una orgía para los niños. Un solar dantesco, una galaxia en pleno centro de la ciudad. Sobre los solares ya le robé un día las palabras a Vicenç Pagès Jordà. Decía este autor en su novela Los jugadores de whist que estos son una etapa del proceso de urbanización, etapa en la que un terreno baldío acaba siendo parcialmente cercado por edificios e invadido de trastos, ladrillos y escombros. También decía que la mezcolanza, por ser cambiante, torna el lugar en inexplorado, y que por ello se convierte en un cuarto de juegos salvaje. Por último, Pagès Jordà añadía que cada vez que una ciudad pierde un solar, pierde "un espacio abierto, un laboratorio, una excepción". Me mostré de acuerdo con la visión de este escritor catalán, y lo sigo estando. Sin embargo, visitar el Parque de Ingenieros, que como he dicho es un solar dantesco, me ha hecho matizar mi postura. A partir de ciertas condiciones de crecimiento y de necesidades de un barrio los solares comienzan a ser inasumibles. Además, y si me pongo pedante, su condición de excepción no casa bien con que pasen a ser, por la inercia de su permanencia,  algo estable. Si para más inri acceder a ellos no es fácil porque hay que dejarse las rodillas en el muro, asunto éste sólo viable para niños, adolescentes y algunos adultos amantes del plan Rambo, la cosa se pone peor: ese espacio raro y público casi por casualidad deja de ser tan público.

Pedro  Marcos, que trabaja para SEPES (Entidad Estatal de Suelo adscrita al Ministerio de Fomento), me va a enseñar el lugar y a contarme el proyecto de edificación. El origen de lo que aquí vamos a relatar está en que el Consejo de Ministros decidió autorizar a SEPES a contratar las obras del antiguo Parque, que llevaba cerrado una década. El objetivo de fondo es la regeneración de suelo urbano emprendida por el Ministerio de Fomento a través de la Entidad Estatal de Suelo.

Quedo con Pedro en una de las puertas del recinto.  Llega  en un coche  de cristales ahumados. Supongo que se trata de un coche oficial.  Lo acompañan dos  hombres: Francisco López Groh,  urbanista de gran prestigio, y Miguel A. García, de la dirección de  Relaciones Institucionales  de SEPES . Teresa Amor, que es periodista, viene más tarde en su propio coche, o eso creo.

Pedro me habla de un concepto que a él le gusta utilizar, y que no sé si es suyo: el de herida urbana. Me lo explica con relación al Parque de Ingenieros. Durante once años, me dice, los vecinos de Villaverde sólo han visto un enorme espacio amurallado en el corazón de su barrio, un espacio que ni siquiera servía para pasear a los perros. Hasta hace relativamente poco allí habían vivido militares en unas condiciones privilegiadas; luego, cuando los cuarteles se desmantelaron, demolieron los edificios para evitar que se ocuparan, y ni siquiera recogieron los escombros (añade alguien a su lado:  "los militares no están obligados a nada"). El lugar se convirtió en una parte del cuerpo urbano que no funcionaba. Como una vena que se tapona, o un tímpano que estalla.





Me cuentan que el Parque de Ingenieros tiene una extensión aproximada de veintisete campos de fútbol. El terreno está destinado a la construcción de viviendas de protección oficial, plan que chocó con las reivindicaciones de algunas asociaciones de vecinos, que   demandaban más   terreno para zonas verdes e infraestructuras. Dichas reivindicaciones tienen su origen hace más de 20 años, cuando la Asamblea Cívica de Villaverde negoció con las  administraciones y  llegó a un acuerdo que permitía al Ministerio de Defensa abandonar las instalaciones sin coste alguno. En su momento, dicha solución apuntaba  a  la  recalificación de 32.000 metros cuadrados (un 12% del terreno) para suelo residencial (unas 700 viviendas como mucho); la actual propuesta triplica el número de viviendas negociadas entonces (fuente aquí). "Desde los años 70 existe la inercia de reivindicar que las antiguas zonas del Ejército se conviertan en parques, pues se tiene la idea de que un parque responde más a la idea de espacio público que unas viviendas", me dicen  mis cicerones. "Sin embargo, ¿qué pasa cuando un barrio no tiene suelo para  edificar, y los hijos de los parroquianos se ven obligados a irse a otros barrios? ¿No es eso una necesidad también pública?".  Y es que  SEPES se defiende:  el proyecto, insisten,  se hace eco de la reivindicación, como prueba  el hecho  de que una parte del terreno haya  sido donado al Ayuntamiento para que lo dividan entre zonas verdes e  instalaciones deportivas,  lo que  subsanará  algunas de las carencias de Villaverde. Como colofón al tema ecourbano, me informan de que el psiquiatra Felipe Reyero Pantigoso ha lanzado la idea de poner un huerto  destinado a terapia, asunto éste que da pie a que López Groh  comente que en el futuro, habida cuenta de que la precariedad amenaza con extenderse, los jardines y las jardineras de las colonias, ocupadas hoy por bojes y otros arbustos, pasarán a ser huertos que abastezcan al vecindario. Afirma  el experto  que el fenómeno ya se observa en Nueva York.

A SEPES   le interesa que los vecinos participen en el proyecto. Pedro me cuenta que hasta hace poco los proyectos se ejecutaban al margen del vecindario, y que ahora quieren implicar a lo beneficiados. Si bien hay una contradicción entre, por un lado, que los planes los haga el Ayuntamiento y, por otro, la voluntad real de participación, lo cierto es que organizar actividades para explicar qué es lo que se va a llevar a cabo y dejar un margen a iniciativas como la de Felipe Reyero Pantigoso permite no generar resistencias absurdas cuando el proyecto está bien pensado y recoge parte de las necesidades del barrio.

Existen foros de debate donde se discute el plan de SEPES. Por ejemplo, el de El Espinillo. Y también algunos blogs, como Gente de Villaverde. En dicho blog hay información detallada sobre la contratación por parte de SEPES de las obras de urbanización del antiguo Parque Central de Ingenieros de Villaverde.


15-M / Asamblea de Villaverde

Al parecer, casi todas las asociaciones de vecinos apoyan la actuación sobre el antiguo Cuartel de Ingenieros. Se oponen la Asociación Vecinal La Incolora y la Asamblea de Villaverde con el argumento de que a sus ojos se trata de "un proyecto de especulación inmobiliaria en detrimento de la mejora de unos servicios públicos que son mínimos en Villaverde, continuando una lucha que se lleva dando en el barrio desde hace 20 años". Otras razones que se aducen son que en Madrid hay 3.000 viviendas vacías, que no se va a respetar el patrimonio arbóreo y que no se han contemplado criterios de sostenibilidad  medioambiental. Cabe decir a este respecto que el primer argumento, el de la especulación urbanística, es falso. Por especulación se entiende la venta del suelo al mejor postor. Las 1.700 viviendas que van a construirse están protegidas, es decir, que el precio va a ser fijo*;  conceptualmente, por tanto, no puede afirmarse que se vaya a especular con el suelo. Hacer sinónimas la simple venta y la especulación es mezclar las churras con las merinas. Digo esto porque, según lo que he podido averiguar, la parte en discordia sólo admite como fórmula no especulativa las Cooperativas en Régimen de Alquiler de Renta Baja. Seguramente tienen razón cuando  señalan  que son pocos los jóvenes que pueden permitirse una hipoteca, pero ese argumento es distinto a denunciar una especulación que no existe. Cabe asimismo preguntarse si la confusión de los términos es azarosa, o es que queda mejor como eslogan. Añado que  me parece  una pena que razones muy válidas queden en tela de juicio por la sospecha de estar manchadas por tergiversaciones para ganar adeptos, y que este fenómeno es un mal que corroe la política, incluso la que se quiere alternativa. Por otro lado, SEPES  se queja de que en la inauguración de las Jornadas de puertas abiertas que tuvo lugar en el Parque de Ingenieros se ofreció a la Asamblea de Villaverde un espacio para explicar a los vecinos por qué se oponen a la actuación y recoger firmas; sin embargo, dicha Asamblea prefirió no dar explicaciones y reventar el acto con el fin de salir en la prensa. En el Manifiesto contra la Especulación en el Cuartel de Ingenieros (el título del manifiesto le da la razón a SEPES   cuando dicen que están enarbolando algo que no es cierto: que se va a especular) se expone que: “la Asamblea Popular de Villaverde no va a participar en ninguna actividad que pueda suponer una legitimación de este disparate que se quiere perpetrar en el Cuartel de Ingenieros de nuestro Barrio, de nuestro Distrito”, por lo que podría interpretarse dicha actuación en coherencia con lo que se reivindica (ya señalé más arriba que hay una contradicción entre la pretensión de que los vecinos participen que tiene SEPES  y la participación real, que es escasa; aquí habría que darle la razón a la Asamblea). En cuanto a las otras pegas, la de aplicar un criterio de sostenibilidad energética y la de respetar el patrimonio arbóreo, cabe señalar  que es precisamente el criterio de sostenibilidad el que se está aplicando para adjudicar los proyectos, y que una parte de los árboles del antiguo Parque de Ingenieros se va a respetar. Tal vez la manera de gestionar ambas cuestiones no responda exactamente a lo que pide la Asamblea; sin embargo, no puede  afirmarse  que no se hayan tenido en cuenta ambos puntos,  según se deduce en el Manifiesto. Como colofón a lo dicho, esta humilde ciudadana que tiene algo de fe en el 15-M pide que sus formas no sean manipuladoras.





Doy las gracias  a Pedro Marcos, Teresa Amor, Francisco López Groh y Miguel A. García por enseñarme el antiguo Cuartel de Ingenieros y mostrarme su ilusión y compromiso en este necesario y polémico proyecto, y a Gonzalo Cortizo por ponerme en contacto con SEPES.

* Aunque hace tres años, cuando se compró el suelo,  Sepes dijo en una nota de prensa que las 1.700 viviendas serían "en su mayor parte protegidas" debido a que todavía no sabían cómo iba a gestionarse (el plan general prevé que un porcentaje elevado puede ser libre), luego se tomó la decisión de que todas las viviendas serían protegidas. Me dicen que así lo han hecho saber de manera repetida en todas las comunicaciones.  

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Me voy a Usera

No le comento a A. que he tenido serias dudas sobre cuál era el lugar exacto de nuestra cita. Él me había dicho con pulcritud: En Legazpi, en la embocadura del puente que lleva a Usera, con vistas al césped del Manzanares. Y yo, delante de las imágenes vía satélite de Google, me preguntaba: ¿Qué cesped? El Manzanares salía verde, pero eso, me dije, no es más que el verdín del agua. Cierto que en el mapa sólo se veía un puente; sin embargo, la inseguridad provee de posibilidades insospechadas.

A. también me dijo que en Usera había lagos.

¿¿Lagos??

Sí, lagos. Y un vampiro chino.

Por favor, le contesté, quiero ir ya a Usera.




En la Wikipedia pone que Usera es un distrito con siete barrios: Orcasitas, Orcasur, San Fermín, Almendrales, Moscardó, Zofío y Pradolongo. Su creación es reciente (1987), y lo que había por estos lares eran huertas, entre las que destacaba la del tío Sordillo, un terrateniente cuya hija se casó con el coronel Marcelo Usera. El tal coronel decidió que era más rentable edificar que vender alcachofas, así que parceló el terreno y lo vendió. Añade la Wikipedia: "El encargado de la delineación y trazado de las calles fue el administrador de don Marcelo, por lo que decidió dar a las calles nombres de los miembros de la familia Usera, así como del personal de su servicio y algunos vecinos. Tales calles son por ejemplo Isabelita, Amparo o Gabriel Usera. Su calle principal es Marcelo Usera, situada entre la Plaza de Fernández Ladreda (conocida popularmente como Plaza Elíptica) y la Glorieta de Cádiz. Limita con el distrito de Carabanchel por el oeste y noroeste, con el distrito de Arganzuela y el Río Manzanares por el noreste, con el distrito de Puente de Vallecas por el este y con el distrito de Villaverde por el sur."


La verdad es que cuando voy a visitar barrios nunca miro la Wikipedia, y cuando escribo sobre ellos tampoco. Pero hoy sí. Sobre Usera sabía yo que la calle Antonio López, patrón de este blog, conecta Marqués de Vadillo con Marcelo Usera, es decir, Carabanchel Bajo con parte del distrito.





Durante unos años viví entre Urgel y Oporto, y una tarde callejeé con Esther hasta aquí, excursión que se me antoja en cuesta arriba, y que sin duda mezclo con otras excursiones por la zona. Antaño, cuando me cansaba del parque de San Isidro para mi jogging vespertino, paseaba mi chándal entre ambos distritos. O entre Carabanchel y Carpetana, que es más lúgubre. Luego recuerdo, y también sueño, con marañas de calles, que más o menos tendrían esta forma en texto:

"La acera era estrecha, alta e incómoda como la de un pueblo, pero no tuve dificultad en, una vez comprobado que no había coches, pasarme a la mitad de la calzada y llegar a la cúspide pensando en batir un récord en los cien metros lisos. Descubrí otro montículo, y luego otro y otro; por la forma en que se disponían, parecía que el espacio contara con un espesor distinto, y pensé que nunca había visto cuestas parecidas, que no engañaran por su forma de vericuetos, como ocurría en ciudades árabes, sino por disponer de un espacio cuya extensión real se hurtaba porque podía permitirse la promesa de un horizonte. Me paré; estaba sin resuello, y también un poco molesta porque no tenía el premio de reposar la vista en un paisaje, ni de saber qué había más allá. Los edificios de protección oficial setenteros se alternaban con las típicas casas bajitas que hacían pensar en algún pueblo de Ciudad Real, o de Galicia si estaban remozadas con azulejos de los de poner en el cuarto de baño. En una de ellas había unos maderos sujetos con clavos en la puerta: era la típica vivienda que llevaba años cerrada, y eso seguiría pensando si no fuera porque, por el agujero de una puerta, asomó un gato orondo, que no pudo sacar el resto del cuerpo, pero que me dijo miau. Cuando desapareció advertí una luz tenue que venía del hueco. Al agacharme, vi un patio, y al final las resistencias naranjas y brillantes de un calefactor en torno al cual se movían unos pies. Era pues una casa ocupada, y los maderos estaban ahí para disimular"


La parte de Usera que A. me enseña, Almedrales, cuenta con todos estos elementos: alguna casita baja ocupada, losas que parecen del baño en las fachadas, ladrillismo VPO, animales que sólo pueden asomar la cabeza entre los alambres, lomas coronadas por la promesa del horizonte. También cuenta con parte de lo que yo tenía asociado a Usera, ser el Chinatown de los barrios (el del centro está entre el Mercado de los Mostenses y Leganitos). Con Esther, allá por el 2003, me asomé a los videoclubs chinos, y a alguna que otra peluquería oriental. Tal vez había boutiques con trajes de novia de color azul. Asia asomaba la patita. Hoy, en la calle Dolores Barranco y aledaños, ya tiene medio cuerpo fuera. A. me dice que son capitalistas sin complejos, y que se pasean en ¿Mercedes, Bemeuves? negros (lo siento, A.; jamás recuerdo las marcas de coches). En general, tengo poca memoria, y mejor que suelte cuanto antes lo que él me dijo, así al mogollón: no le gustan las plazas porque en ellas se junta lo más granado de lo peor, y en "lo peor" debemos incluir los asesinatos; el increíble chino de la calle La Pilarica, que empezó con una tienda de alimentación, siguió con un Todo a Cien y culminó con un súper de fruta y verdura cuya estética es similar a los Piedra de Córdoba; las emboscadas de la policía, también en La Pilarica; el mesón gallego A'Barca, que tiene retratos de Franco y botellas de vino con el careto de José Antonio, y que pertenece a un tipo de El Ferrol que se dedica a hacer viajes y a fotografiarse con famosos o en situaciones exóticas (?). 





























Comemos en A'Barca: está todo rico, y las patatas las sirven espolvoreadas con perejil, y no con pimentón. A. me cuenta sobre un sótano que ya no sé si está en Usera o en la calle Cáceres, pero sobre esa historia he de comportarme como Hemingway con sus icebergs. También me habla de Pradolongo, un parque dantesco que él no frecuenta porque no le gustan los parques. El lugar, dice, es literario, pues tiene plaquitas bajo los árboles en las que se describe la especie vegetal utilizando palabras como "lanceoladas". Su comentario hace desfilar por mi cabeza el libro Árboles y arbustos de Europa que utilizaba cuando niña para ilustrarme cuando mis padres me llevaban al campo, y que me servía de poco, pues en Valencia reinaba el pino carrasco. Las descripciones de Árboles y arbustos de Europa eran como pronunciar "Krakatoa" veinte veces mudando el acento y haciendo muecas. También me habla, por supuesto, del vampiro chino. Los vampiros y demás fauna de ultratumba es todo lo que nos queda a los profanos del temblor y la emoción del Más Allá. Iker Jiménez lo sabe muy bien. A. vio por primera vez al vampiro de Usera en los desaparecidos cines Liceo, donde había unas extrañas cruces. Al parecer, si eres chino los crucifijos ni fu ni fa. Hay que usar la hoz y el martillo. También lo vio pasar volando, y vendiendo barritas de pan en la tienda de alimentación de su padre. Luego le perdió la pista, aunque sospecha que se ha convertido en avestruz, en concreto en la que está en el Centro Socio-Cultural Mariano Muñoz. Sólo así se explica que el animal no aparezca decapitado algún domingo a consecuencia de los crueles furores adolescentes. He de decir que noté cómo el avestruz miraba mi cuello y se relamía el pico.




Desde lo alto de la biblioteca José Hierro, que es uno de los lugares preferidos de A., hay una panorámica de Madrid que debería ser preceptiva para las postales. Aunque en realidad, y vía Antonio López, ya lo está siendo. La densidad soleada del aire, lo que se puede barruntar desde la M-30 y la M-40, el golpe que te da la ciudad si la recuerdas desde la playa, y también una impresión de soledad, como si los edificios estuvieran vacíos o los habitara el desierto. Esa impresión de páramo que desprende la imagen sólo la desmiente el ruido.





La biblioteca parece arquitectura soviética de autor, categoría que acabo de inventarme.






El vampiro chino amenazó con chupar sangre de bibliotecaria si no dedicaban un espacio a los clásicos de la literatura asiática.





A. pasa de ese espacio. Lo suyo es la sección 82 de Literatura, donde, aclara, hay un rollo más sesudo.





Poco soviética es una casa baja presumiblemente ocupada por una familia gitana. No hago fotos porque la gitana me dice que ya se la jugaron unos periodistas, que la sacaron en la tele y que no quiere que su familia de Extremadura se entere de que vive sin agua, y en realidad sin casa. Nos pregunta todo el rato: ¿Sois periodistas o policías? El inmueble tiene un patio con higueras y tomates, que la gitana barre; al frente, con majestuosidad cutre y bizarra, se alza la sede de El Museo del Jamón.




Acabamos la aventura en el parque Pradolongo, inmeso, vacío, dividido en zonas más o menos pijas o más o menos salvajes, con una pérgola postmoderna y un edificio con una cúpula en ruinas. Es aquí donde está el lago, que para más inri tiene una playa de cemento y unas canchas. Santo Domingo, me suelta A. cuando miramos las canchas frente a la cúpula. Pienso ahora que a mí me pareció más bien un paisaje ruso, como si el lago estuviera congelado y las canchas fueran árboles pelados, con telarañas de hielo.







Se me olvidó añadir que el Manzanares, en efecto y contra mi escepticismo, sí tiene césped.




Gracias, A.

martes, 20 de septiembre de 2011

Maquinaria del ascensor, 2





"A veces imaginaba la casa como un iceberg cuya parte visible estuviera constituida por los pisos y los desvanes. Por debajo del primer nivel de sótanos empezarían las masas sumergidas: escaleras de peldaños sonoros que bajarían girando sobre sí mismos, largos pasillos embaldosados con globos luminosos protegidos por rejillas metálicas y puertas de hierro con calaveras e inscripciones estarcidas, montacargas de paredes roblonadas, bocas de ventilación equipadas, enormes hélices inmóviles, mangas de incendio de tela metalizada, gruesas como troncos de árboles, conectadas con válvulas amarillas de un metro de diámetro, pozos cilíndricos excavados en la roca misma, galerías alquitranadas abiertas de trecho en trecho por tragaluces de vidrio esmerilado, pequeñas cámaras, bodegas, casamatas, salas de cajas fuertes equipadas con puertas blindadas.

Más abajo habría como resuellos de máquinas y fondos instantáneamente iluminados por resplandores rojizos. Pasadizos estrechos desembocarían en salas inmensas, naves subterráneas, altas como catedrales, de bóvedas atestadas de cadenas, poleas, cables, tubos, cañerías, viguetas, con plataformas móviles fijadas a elevadores de acero relucientes de grasa y armazones de tubo y de perfiles que dibujarían andamios gigantescos sobre los que unos hombres con traje de amianto y la cara cubierta por grandes máscaras trapezoidales harían saltar intensos chispazos de arcos eléctricos.

Más abajo aún habría silos y almacenes, cámaras frigoríficas, cámaras de maduración, centros postales de clasificación, con casetas de guardagujas y locomotoras de vapor arrastrando bateas y plataformas, vagones precintados, contenedores, vagones cisterna, y andenes cubiertos de mercancías amontonadas, pilas de maderas tropicales, fardos de té, sacos de arroz, pirámides de ladrillos y perpiaños, rollos de alambradas, trefilados, codos metálicos, lingotes, sacos de cemento, barriles y barricas, jarcias, bidones, bombonas de butano.

Y más abajo aún montañas de arena, de gravilla, de carbón de coque, de escoria, de balastro, hormigoneras, escoriales, y pozos de mina alumbrados con proyectores de luz anaranjada, depósitos, fábricas de gas, centrales térmicas, derricks, bombas, torres de alta tensión, transformadores, cubas, calderas erizadas de tuberías, de manecillas y de contadores;

y tinglados repletos de pasarelas, puentes, grúas, tornos de cable tenso como nervio transportando maderas de chapeado, motores de avión, pianos de concierto, sacos de abono, pacas de forraje, billares, cosechadoras, cojinetes de bolas, cajas de jabón, toneles de asfalto, muebles de oficina, máquinas de escribir, bicicletas:

y más abajo aún sistemas de esclusas y compuertas, canales recorridos por trenes de gabarras cargadas de trigo y algodón y estaciones de autocares surcadas por camiones de mercancías, corrales llenos de caballos piafantes, rediles de ovejas baladores y vacas gordas, montañas de cajas hinchadas de frutas y hortalizas, columnas de ruedas de gruyère y de port salut, sucesiones de reses partidas en canal de ojos vidriosos colgadas de ganchos, amontonamiento de floreros, vasijas y garrafas estriadas, cargamentos de sandías, latas de aceite de oliva, toneles de salmuera, y panaderías gigantescas con mozos desnudos de cintura para arriba, con pantalón blanco, sacando de los hornos bandejas ardientes llenas de miles de pastelillos de pasas, y cocinas descomunales con perolas del tamaño de máquinas de vapor que vomitarían centenares de grasientas porciones de estofado en grandes fuentes rectangulares;

y más abajo aún galerías de mina con viejos caballos ciegos tirando de vagonetas cargadas de mineral y las lentas procesiones de mineros con cascos; y pasadizos rezumantes apuntalados con maderos hinchados de agua que llevarían hacia peldaños relucientes al pie de los cuales chapotearía un agua negruzca; barcas de fondo plano, barquichuelas lastradas con toneles vacíos, navegarían por aquel lago sin luz abarrotadas de criaturas fosforescentes que trasladarían incansablemente de una orilla a otra canastas de ropa sucia, lotes de vajilla, mochilas, paquetes de cartón cerrados con trozos de cuerda, tiestos llenos de plantas de interior canijas, bajorrelieves de alabastro, vaciados de Beethoven, sillones Luis XIII, jarrones chinos, cartones de tapices representados a Enrique III y sus validos jugando al bilboquet, lámparas de comedor llevando aún sus tiras matamoscas, muebles de jardín, canastas de naranjas, jaulas de pájaros vacías, alfombras de dormitorio, termos:


más abajo volverían las marañas de tuberías y mangas, los dédalos de alcantarillas, colectores, callejones, los angostos canales bordeados de parapetos de piedras negras, las escaleras sin baranda dominando el vacío, toda una geografía laberíntica de tenduchos y traspatios, de soportales y aceras, de callejones sin salida y pasajes, toda una organización urbana vertical y subterránea con sus barrios, sus distritos y sus suburbios: la ciudad de las tenerías con sus talleres de olores infectos, sus máquinas asmáticas de correas cansadas, sus amontonamientos de suelas y pieles, sus cubas llenas de sustancias parduscas, las empresas de derribos con sus chimeneas de mármol y estuco, sus bidets, sus bañeras, sus radiadores oxidados, sus estatuas de ninfas asustadas, sus farolas, sus bancos públicos; la ciudad de los chatarreros, los traperos y los piltras con sus montones de harapos, sus esqueletos de cochecitos de niño, sus fardos de battle-dresses, de camisas chafadas, de cintos y de rangers, sus sillones de dentista, sus colecciones de diarios viejos, de monturas de gafas, de llaveros, de tirantes, de salvamanteles con música, de bombillas eléctricas, de laringoscopios, de retortas, de frascos con tubo lateral y de objetos de vidrio variados; el mercado central del vino con sus montañas de bombonas y botellas rotas, sus fudres desfondados, sus cisternas, sus cubas, sus botelleros; la ciudad de los basureros con sus cubos volcados dejando escapar cortezas de queso, papeles grasientos, raspas de pescado, agua de fregar, restos de spaghetti, vendas viejas, con sus montones de inmundicias acarreadas sin fin por los bulldozers pegajosos, sus esqueletos de lavadoras, sus bombas hidráulicas, sus tubos catódicos, sus viejos aparatos de T.S.F., sus sofás despanzurrados, y la ciudad administrativa, con sus cuarteles generales por donde pulularían militares de camisas impecablemente planchadas desplazando banderitas sobre mapamundis; con sus morgues de cerámica pobladas de gángsters nostálgicos y ahogadas blancas de grandes ojos abiertos; con sus salas de archivos llenas de funcionarios de bata gris compulsando a lo largo del día fichas y más fichas de estado civil; con sus centrales telefónicas en las que se alinearían kilómetros de telefonistas políglotas, con sus salas de máquinas de crepitantes teleimpresoras, de  ordenadores que lanzarían fajos de estadística por segundo, fichas de sueldo, hojas de existencias, balances, lecturas de contadores, resguardos, estados cero; con sus tragapapeles y sus incineradores que engullirían sin fin montones de formularios caducados, de recortes de prensa apiladas en carpetas pardas, de registros encuadernados en tela negra cubiertos de una diminuta letra violeta;

y, abajo del todo, un mundo de cavernas con paredes cubiertas de hollín, un mundo de cloacas y ciénagas, un mundo de larvas y bichos con seres sin ojos que arrastrarían caparazones de animales, y monstruos demoníacos con cuerpos de ave, cerdo o pez, y cadáveres secos, esqueletos revestidos de una piel amarillenta, petrificados en una pose de vivientes, y fraguas pobladas de cíclopes alelados, vestidos con delantales de cuero negro, protegido su ojo único con un cristal azul engastado en metal, golpeando con sus mazos de bronce escudos deslumbrantes."

Georges Perec, La vida instrucciones de uso. El fragmento es cortesía de Raúl, que me ha dicho: "Se me ocurrió que era una periferia subterránea. Una inundación de palabras".

lunes, 18 de julio de 2011

Parque Miraflores


Me preguntan a menudo si la finalidad de este blog es social. Yo respondo que no lo es si por social entendemos un espacio donde se da preeminencia a las necesidades concretas de los que habitan en un entorno. Es decir: que no me voy a un barrio porque me hayan avisado de la existencia de grietas en viviendas de protección oficial recién construidas. Puede que hable de esas grietas, pero el objeto de esta bitácora no es la denuncia, ni ir siempre a lugares problemáticos para señalar fallas. Quiero darme la libertad de hablar de lo que los lugares me sugieran, con o sin lo social.

Sin embargo, y en un sentido amplio del término, ¿qué no es social? ¿Qué no hace uno (una) que no refiera y, por tanto, competa al resto?

Hoy me he ido a Sevilla, saltándome a la torera lo de "diario ligero de una que se pasea por la periferia madrileña". La invitación era suculenta: Charo, que sí escribe sobre entornos urbanos desde un punto de vista estrictamente social, me invitó hace ya casi un mes a visitar el parque Miraflores, que se recuperó para la ciudad gracias a las reivindicaciones de los vecinos, y que ejemplifica la importancia no ya sólo de la creación de espacio público, sino de la participación de los destinatarios en el proceso. Gestionar un proyecto común obliga a tener en cuenta las necesidades de los demás, y cuando se piensa en el otro se amplía la visión.  Que el proyecto salga adelante también conlleva tomar conciencia de algo que creo que hemos perdido: el poder de un colectivo para modificar la realidad. Además, ello implica responsabilizarse, cuidar de lo que se hace. Una de las acepciones del amor es el cuidado.





En María Auxiliadora cogemos el 15. Charo quiere que haga la ruta en autobús. Nos acompañan su hija Bárbara y Coradino. Pasamos por la Carretera de Carmona, donde antiguas fábricas de vidrio se están reconvirtiendo en lofts. Me dice Coradino que los barrios empiezan donde acaba la muralla, y que, a diferencia de Madrid, estos no están por fuera de la S-30. Charo me señala algunas colonias de viviendas; al parecer, el desarrollismo de los 50 y los 60 levantó en Sevilla edificios parecidos a los de Palomeras, en Madrid. Añade mi cicerona que los barrios que atravesamos son obreros, con mucha tradición sindicalista, y que la crisis destruye su identidad, pues si no hay trabajo un barrio no puede reivindicarse como obrero. Tal vez eso explique que los partidos de derechas estén ganando terreno por estos lares.

En el parque Miraflores había huertas. Hoy se ha recobrado su uso hortofrutícula. La Asociación de Vecinos empezó a pelear en los años 70 por la reconversión de este espacio, vertedero y yonkódromo por aquel entonces. Para ello esgrimieron el valor histórico de la zona, consistente en: un yacimiento calcolítico, un yacimiento romano, restos árabes, la Hacienda Miraflores, un sistema de riego de hace 400 años, el Puente Alcantarilla y la Finca Albarrana. 




Entrando desde la avenida Asociación de Vecinos (nombre por el que también luchó el colectivo junto con el de la otra avenida que flanquea el parque, la de la Mujer Trabajadora), lo que encontramos es un paseo de acacias y de pinos con el suelo de tierra. ¿La modalidad de secano es un diseño de parque adaptado a las características climáticas sevillanas, o es que no hay suficiente presupuesto para regar?






Llegamos a la única laguna natural de Sevilla, que es otro de los valores del sitio:




En uno de los extremos hay una valla blanca. Charo me cuenta que lo que hay detrás es un polígono industrial con escuelas talleres en las que los chavales de barrios marginales aprenden oficios, entre otros el de jardinería y cuidado de la huerta; algunos de esos chavales, cuya salida "natural" sin programas sociales adecuados es vender hachís o algo peor y sacarte la navaja, han trabajado en la construcción del parque, tanto de la huerta como de algunos edificios. La fiesta de clausura de las escuelas de la zona norte se celebra aquí, y Charo dice que es digno de ver cómo jovenzuelos de los que hacen que te cambies de acera si te los encuentras por la calle te cuentan la restauración del molino en la que han currado. Es decir: te cuentan cómo han aprendido a implicarse, y a no sentirse excluidos socialmente. También dice Charo que sus familias, casi todas con problemas graves de paro, drogas y delincuencia, lo agradecen MUCHO. Por lo visto, ningún medio de comunicación viene al barrio para hacerse eco de estos logros. Sólo salen noticias sobre la delincuencia.




La mencionada fiesta se celebra en esta finca, cuyo nombre he olvidado:





El parque es muy variado. Hay una suerte de cerro pelado, construcciones que protegen el acceso al sistema de riego, un molino, una noria semienterrada, una zona ajardinada de estilo árabe, sendas en las que restalla el amarillo, y por supuesto la zona de huerta. También está el arroyo Tagarete, que se entubó para evitar inundaciones.




























A algunas adolescentes sus padres les vetan el ir a alguna escuela taller sólo porque no quieren que atraviesen el parque solas. Charo me relata esto muy enfadada. En lugar de aprender, me dice, esas niñas se quedan en sus casas, sin hacer nada.  Y el parque no es peligroso. Ella lo atravesaba todas las mañanas cuando trabajó con colectivos del entorno.

Ahí va la Charo, con su vestido de japonesa:






Yendo tan sexy, tiene que tener cuidado con lo que hay en las inmediaciones:





Y aquí está con Coradino y Bárbara:





Gracias a los tres.




jueves, 23 de junio de 2011

La exhibición de atrocidades

La monotonía de la propaganda católica disipa las dudas sobre la voluntad de sus santidades en lo que concierne a la imaginería religiosa actual. La devoción, además, no admite ironías. Señor, señor, ¿por qué nos has abandonado?




El otro día me acerqué a La Almudena para ver si el kitsch con el que el fundador de la Institución Teresiana era celebrado seguía luciendo por obra y gracia de Kiko Argüello en su humilde capilla. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que probablemente aquellas imágenes sólo habían transitado en mis sueños, como viene siendo habitual. La materia del sueño, o de la pesadilla, no es rara. Recuerdo que en aquella época cayó en mis manos un artículo sobre el inquietante fundador del Camino Neocatecumenal, artículo en el que el mencionado sujeto se declaraba artista y seguidor de Nietzsche. Además, mi pueblo está lleno de kikos y yo estudié con la teresianas, que colgaban por todo el colegio el mismo póster de Pedro Poveda, con aquella mirada triste y redonda.




El arte ha huido de las iglesias, los publicistas aún no han entrado, y yo no sé qué prefiero, si abrir con amor y seriedad los brazos a ese Hijo de Dios que hoy es un híbrido de cuadros de unicornios corriendo entre las nubes y Jesucristo Superstar, o postrarme ante las tétricas monjas y sibilinos padres que cuelgan de las paredes de la catedral madrileña. La estética de guitarra, palmas y buen rollo de cristianos de base izquierdosos no debía de gustarle mucho a sus eminencias castizas, pero como la Iglesia tiene que acercarse al pueblo eran necesarias algunas concesiones. La Almudena muestra esa tensión entre cantautor de misa y beata como Dios manda, con cilicio, aliento rancio y sordidez. Como si al abrir los ojos para ver quién te acaricia con tanta devoción te encontraras con la mirada severa y las uñas largas, negras y brutales de la madre superiora. ¿Que no?:






Aquí la Hermana Maravillas, que se colgaba del pelo para ver a Dios:




San José María Escrivá de Balaguer, con su raya al lado y su amor por los trabajadores cualificados del mundo:





Esta mujer que vuela, y de la que salen dos borgianas sombras simétricas, es Nuestra Señora de la Vida Mística:




Todos nos damos de bruces con aquello de lo que vamos huyendo. En realidad, y como diría cualquier manual de autoayuda, el fantasma está en nuestro interior, y en lugar de arrojarlo al fuego echamos a correr con él dentro.  Digo esto porque de la mística señora emanan unos ángeles que a mí me recuerdan a sátiros o a demonios,  y que la contemplan con algo que no se parece demasiado a la pureza.  ¿Serán sus fantasmas? En caso afirmativo, eso explicaría lo quietecita que está. Los tiene a pan y agua, la tía.





Por cierto, en la puerta de la catedral puede admirarse un relieve en hierro con la cabecita arrugada de Rouco oficiando una misa.   Lo rodean el rey don Juan Carlos y la reina doña Sofía con pinta de Barbie y Kent, y a sus pies la madre de su majestad en silla de ruedas. Todos parecen felices escuchando la Palabra Divina, que debe de salir fina y tiesísima de los labios del Presidente de la Conferencia Episcopal. Ah, me invade una emoción que no sé si es sacrílega.