“Concebida en la pantalla del delineante y la mesa
del concejal, la verdadera forma de la Nación Rotonda sólo aparece ante
nuestros ojos cuando la recorremos con el mismo punto de vista que se usó para
crearla”: así se abre Nación Rotonda,
libro que forma parte de un proyecto más amplio cuyos impulsores definen como
un inventario visual sobre el cambio de uso del suelo en España durante los
últimos quince años. El recorrido comienza en la época de la bonanza económica
y termina con la crisis, y constituye una de las iniciativas más interesantes,
amén de indispensables, de los últimos tiempos. Lo demuestra el seguimiento que
ha conseguido. La web Nación Rotonda (http://www.nacionrotonda.com/), buque
insignia de la propuesta, suma 785000 páginas vistas y 250000 usuarios. Su
página de Facebook alcanza casi seis mil seguidores, y un poco más la de
Twitter. No sólo El País, El Mundo o la Cadena Ser, entre otros medios
nacionales, le han dedicado espacio a la iniciativa. También The Guardian o el
New York Daily News se han hecho eco de esta peculiar obra en marcha que resume
lo que ha sido la marca España, o séase, el modus operandi de nuestro terruño
desde que el espejismo de la riqueza vía pelotazo urbanístico se apoderó del
horizonte de expectativas patrio para poblar otro horizonte, el real, de
ladrillo visto y feo, de carriles y glorietas donde reinan las estatuas-engendro
del primo o la cuñada del concejal o concejala.
He aquí la génesis de Nación Rotonda: hace unos años el ingeniero de caminos Miguel
Álvarez, que trabajaba fuera de España, escribió a quienes hoy forman parte del
colectivo para decirles que siempre se abordaba el tema de la burbuja
inmobiliaria desde un punto de vista económico, pero que faltaba el punto de
vista territorial. El punto de vista territorial podía resultar a priori
difícil, porque muchas de las transformaciones acontecidas a raíz del boom del
ladrillo son tan monstruosamente grandes que no se aprecian a escala humana.
Había que buscar la manera de verlas tal y como nacieron, y ahí estaban el
Google Earth y el Street View, herramientas con las que poder hacer vuelos
visuales para una posterior recopilación de instantáneas que a su vez se
compararían con fotos antiguas. En una mañana quienes hoy firman Nación Rotonda se hicieron con medio
centenar de imágenes y se dieron cuenta de que el proyecto era realizable.
La web es sobria e impactante: fotografías
yuxtapuestas del antes y el después de 700 lugares donde manda el estropicio.
Un slide entre las imágenes
comparadas permite una visualización más efectiva y dinámica. Hay además un
mapa de entradas, un Tumbrl, un archivo de artículos y un apartado para
participar que reza “Añadir un cadáver inmobiliario”.
Los artífices, el mentado Miguel Álvarez junto con
otros dos ingenieros de caminos, Esteban García y Rafael Trapiello, y el
arquitecto Guillermo Trapiello, han planteado una estrategia muy inteligente en
un contexto de saturación informativa y transformaciones aceleradas que propicia
que los desmanes se olviden pronto. Se han valido del humor en las redes
sociales (“La actividad aquí es frenética. Ya se ven
los brotes verdes de la recuperación por todos lados”, dicen en Twitter al pie
de una imagen de unas aceras abandonadas en una urbanización que nunca se hizo
y por las que asoman unos yerbajos) para crear una comunidad a la que no dejan
de atender. Y aunque usan el nombre de Nación Rotonda, no debemos pensar que el
proyecto habla sólo de estas islas por lo general redondas (aunque las hay,
este colectivo nos las muestra, con forma de compresa y hasta cuadradas) que pueblan el asfalto. El archivo comprende
polígonos industriales, aeropuertos, urbanizaciones, puertos o autopistas
(están todas las autopistas radiales que han ido a la quiebra en Madrid, por
ejemplo).
El libro de fotografía Nación Rotonda, que se basa en su homónimo online, se ha financiado gracias a una campaña de crowdfunding en la plataforma Verkami.
Las distintas modalidades que había para participar han sido bautizadas
socarronamente: “mecenas estudiante de urbanismo”, “mecenas urbanista exiliado”,
“mecenas constructor” o “mecenas ministro de fomento (capitán rotondo)”, entre
otras. En cada apartado se señalan los mecenas obtenidos: por ejemplo, de
“mecenas promotor” hay doce y de “mecenas concejal de urbanismo” dos. El
colectivo se fijó un objetivo inicial de 7800 euros para sacar 500 ejemplares.
En sólo treinta horas recaudaron ese
dinero. Finalmente se hicieron con 28000 euros, lo que ha permitido una tirada
de 1300 ejemplares con edición mejorada gracias a una preciosa portada
lenticular. Además, van a donar 39 tomos
a bibliotecas de escuelas de ingeniería y arquitectura.
El libro Nación Rotonda es una maravilla por varios motivos. El primero de
ellos es la efectividad de las estrategias que la obra despliega para dar
testimonio de lo sucedido en nuestro país. No habría tenido mucho sentido, más
allá de aspirar a su materialización y por tanto a su perdurabilidad en papel, limitarse
a replicar lo que ya se había hecho en la web (si bien el resultado habría sido
igualmente bueno por haberse tratado de la copia resumida de un trabajo
excelente). El libro se ha valido de otras estrategias visuales que introducen
nuevas perspectivas. Además de comparar el antes y el después de una
intervención urbanística, se han usado juegos de zoom y escala, catálogo de
elementos varios o vistas a pie de calle, todo lo cual multiplica y completa la
narración visual que se había venido haciendo online.
El segundo de sus méritos refiere a la
ambición de contar lo que España lleva años relatándose a sí misma a través de
los medios de comunicación, las ficciones y las historias cotidianas de una
manera distinta y nada evidente para el profano. Seguramente a los arquitectos,
ingenieros y urbanistas no les resultará tan novedosa esta forma de acercarse a
la crisis, pero para cualquiera que no trabaje a diario con planos e imágenes
aéreas, lo ofrecido por Nación Rotonda
amplía su perspectiva e incluso la desvía.
Porque aunque Nación Rotonda es
un libro de denuncia, en la medida en que se prescinde del texto y en que
muchas de sus imágenes corresponden a intervenciones vistas desde el aire (lo
que significa su conversión en una casi abstracción no pocas veces bella), el
resultado final puede abrirse a otras consideraciones. Naturalmente, ello dependerá
de los intereses y códigos manejados por quienes se enfrenten a un libro que
forma parte de un proyecto cuya vocación no es elitista. Sirva para ilustrar
esto que digo el catálogo de rotondas de las páginas 22 y 23. Un lego en la
materia que ojease el presente volumen desconociendo las condiciones de su
producción tiene que examinar bien esas imágenes tomadas desde el aire para
darse cuenta de que, además de simpáticas variaciones de círculos, son
rotondas. Lo que trato de decir es que no es ésta una obra que pierda toda su
significación sin la referencia al contexto, o lo que es lo mismo: que a pesar de
ser concebida como denuncia, puede asimismo leerse (un leer que es ver) al
margen de la denuncia. Esto no le resta puntos. Como en cualquier narración, la
insistencia y la obviedad habrían acabado resultando pesadas y limitantes. Y que
se pueda dotar de significado a un artefacto por poseer sus componentes una
gran fuerza connotativa habla muy bien de su diseño. No obstante lo dicho, los
autores han tenido mucho cuidado de que no se ponga en tela de juicio su
voluntad crítica, y si había alguna tentación de desligar alguna imagen de su
circunstancia para subsumirla en el campo de las abstracciones, enseguida se ha
dado la pista conveniente, una o dos páginas después, con fotografías que no
dejan lugar a dudas: una calle sin edificios invadida por un rebaño de ovejas,
un chalet con aspecto de chabola en una parcela, una carretera con acera y
farolas que se corta en mitad de un monte donde solo hay matorral y otra que se
introduce en la roca para terminar, valga la redundancia, en una pared de roca.
De lo que el libro Nación Rotonda nos habla no es sólo de la desaforada pasión por el
dinero vía el ladrillo y del crecimiento mal entendido, sino también de la
identidad española. El folclore cañí marca Franco, el desclasamiento, el mal
gusto de los nuevos ricos, la corrupción, el absurdo. Todo ello podría servir
como hilo conductor de este volumen. Vemos, por ejemplo, una rotonda a la que
adorna en su centro un dantesco jamón, otra que parece obligada a conservar una
preexistencia que, ahí puesta, se convierte en puro extrañamiento (se trata de
una casucha de piedra parecida a las que en algunas ocasiones se alzan sobre
los pozos de nieve). Presuntuosos chalets en mitad de la nada, una carretera
que desemboca en una playa virgen y en la que hay una pintada que reza “calle
de la vergüenza” o un montículo donde se alzan Quijote y Sancho, ridículos
y melancólicos.
Habría otros usos desviados de este
libro. Puesto que no deja de señalarse un conflicto en casi todas sus estampas,
el lector tendrá tentaciones de completarlas
con una historia. Así, en la página 28, vemos una rotonda cortada en la que hay
aparcado un coche. La pregunta que nos asalta de inmediato es: ¿qué diablos hace
ese coche ahí, en medio de ninguna parte, en una vía que no conduce a lugar
alguno?
Para finalizar, cabe añadir que resulta
difícil no pensar, mientras pasamos las páginas de Nación Rotonda, en un
proyecto parecido en cuanto a su proceso, Los
Modlin, del también ingeniero (y fotógrafo) Paco Gómez, quien por cierto aparece
en los agradecimientos de la obra que nos ocupa. Los Modlin es un libro autoeditado que lleva casi 4000 ejemplares
vendidos y dos ediciones, y que cuenta la historia de una familia
norteamericana que en los 70 decidieron instalarse en Madrid a la espera de que
la España tardofranquista reconociese el talento de la matriarca, Margaret
Modlin (Margaret era una pintora de aptitudes dudosas obsesionada con el
apocalipsis). Aunque el texto manda, en Los
Modlin las fotografías, en las que los miembros de la familia aparecen
disfrazados y posando, son fundamentales para entender la atmósfera de
extrañeza y locura que rondaba al clan. Amén de que ambas obras usan lo visual,
traemos a colación la novela de Gómez porque podemos preguntarnos, si atendemos
al resultado exitoso tanto de Los Modlin
como de Nación Rotonda, si no será
esta la vía que habrán de tomar el mundo del libro y los creadores. Podemos
preguntarnos, en fin, si no hay que renunciar a los cauces convencionales no tras
haber sido rechazado por ellos, como suele ocurrir, sino porque los proyectos sean
ya concebidos desde el principio como una empresa que no tiene por qué
limitarse al papel, como una empresa que pueda crecer en varias direcciones y
formatos (video, redes, música…) según sus necesidades. Quizás esta
consideración sea excesiva, pero de lo que no cabe duda es de que aquí hay un camino por explorar cuyos resultados,
si el talento, el trabajo y la oportunidad acompañan, pueden ser sorprendentes.
Por otra parte, y este es otro de los motivos por los que relacionamos Los Modlin con Nación Rotonda, resulta más que significativo que estas dos obras
que han logrado abrirse paso de una manera nada convencional y que destruyen el
concepto unitario, jerárquico y algo rancio desde el que se piensan los libros,
narren un delirio de grandeza. Quizás la razón de ser de ambas no sea tan distinta.
Cómo no imaginarse a los Modlin habitando en alguno de los chalets a medio
hacer o fotografiándose en mitad de una rotonda. Veo a la rubísima y bella
Margaret usando como escenario de uno de sus cuadros apocalípticos las aceras
plagadas de ovejas de una urbanización que nunca se hizo, confundiendo ese
apocalipsis con el esplendor. Porque tal vez eso haya sido lo que nos ha pasado
a todos: que no veíamos que los fastos eran la traca previa al fin de un mundo.
[El libro Nación Rotonda se puede consultar aquí: http://phree.es/nacion-rotonda-nacion-rotonda].