K. me dice por e-mail: "Tráete la cámara", y como no lo conozco bien no me atrevo a contestarle: "La he perdido, pero tengo el móvil". Llevo un año sacando fotos con el teléfono para nada, pues no sé pasarlas al ordenador. "Con un cable", me dicen. "No tengo ningún cable." "Con bluetooth." Me encojo de hombros: soy demasiado perezosa para ponerme a averiguar si mi móvil tiene bluetooth, y termino borrando los archivos. Doy por sentado que la tecnología ha de ser parecida al mentalismo; cuando no responde a mi cuadriculado esquema, la ignoro y me jodo. Hay despecho y venganza en mi actitud hacia los aparatos, lo cual es absurdo; sin embargo, pensemos en el gusto que da pegarle una patada a una puerta tras habernos clavado la manilla en el codo.
Las primeras impresiones de una ciudad son imborrables. Entrando por la A-3, carretera que fue mi pista de aterrizaje en la urbe, se pasa por Vallecas, y de ese paisaje procede mi sensación ladrillista y monstruosa de Madrid, la impresión de que los edificios son apisonadoras y han sido levantados obsesivamente, cuidando de impregnar con el ladrillo los parques, los transeúntes y el aire. Luego una investiga y resulta que las moles sí fueron levantadas con enfermizo ánimo de lucro cuando el urbanismo, a partir de los años 50, comenzó a ser el forraje de las empresas privadas, que hasta hace bien poco han estado enriqueciéndose a base de construir auténticas mierdas, como todos sabemos. Lo siento, es así; en algunas partes de Vallecas se nota mucho, y el primer día de mi estancia aquí, cuando mi padre me trajo en su Volkswagen Passat y nos perdimos por la M-40, lo primero que pensé de Madrid es que todo era seco, y que los edificios te aplastaban, y que el verano seguía siendo achicharrante, aunque ya estábamos en un otoño de asfalto raro y fundido con la tierra. Alguien se había dejado sueltas las máquinas.
Cojo la línea 1. En la anterior excursión Manolo, o tal vez fue Esther, me dijo que esta línea atravesaba las zonas de pobreza, tanto del centro como de la perifera. Es cierto: en la línea 1 hay siempre más inmigrantes, y es difícil encontrar asiento.
He quedado con K. en la salida del metro de Puente de Vallecas. Es la segunda vez que lo veo. Queremos llegar hasta el centro del antiguo pueblo, callejeando por las inmediaciones de la avenida de la Albufera, que debe de ser, junto con Alcalá, una de las vías más largas de Madrid. Tomando la primera calle a la derecha vamos a parar a una zona comercial con un mercado donde no hago fotos porque todavía no me he atrevido a decirle a K. que se me ha olvidado la cámara y que me va a tener que prestar la suya. El mercado está frente a un bulevar que recuerda al típico paseo del centro de los pueblos grandes, si bien en los bancos no hay abuelos, sino drogadictos o locos. Tal vez las dos cosas. Yo digo que son locos que se drogan, y K. que la heroína les ha llegado al cerebro. Su hipótesis es más razonable que la mía. K. es el señor que escribe este blog, y al que en una entrada antigua llamé Urban; hoy ya es K. porque se ha hecho más cotidiano, y esa es la inicial de su nombre. K. sabe muchas cosas sobre ciertos barrios. De Vallecas, me dice, ha investigado poco; lo que tiene son recuerdos de su adolescencia y juventud. Para él Vallecas era lo quinqui y la droga. Lo más chungo. En sus tiempos K. veía mucho cine quinqui, pues para un chaval los delincuentes representaban un heroico desafío a la autoridad.
En el mercado damos vueltas por las verduras. K. quiere que vayamos al pescado. Cuando llegamos al pescado, lo miramos sin saber qué hacer. Salimos y nos metemos por una calle chiquita, y ya me atrevo a decirle que no tengo cámara, y que si puedo tomar las fotos con la suya. Nos paramos en una colonia donde algunas de las zonas comunes están cerradas; "Eso es porque ha habido problemas entre los vecinos", me dice. No sé a qué tipo de problemas se refiere, ni en qué calle estamos. Voy de resaca y me cuesta hablar.
Nos topamos con el parque Azorín. Desde allí hay unas buenas vistas de Madrid. Salimos de nuevo a la avenida de la Albufera, que en general tiene este aspecto:
Mi pretensión es subir una suerte de monte pelado que recuerdo que se alzaba extrañísimo desde la ventanilla de un taxi la última vez que estuve por aquí; en aquel momento me convencí de que se trataba del Cerro del Tío Pío; sin embargo, dicho cerro está mucho antes de llegar al centro del pueblo. De hecho, cuando preguntamos por él a un viejo, éste nos dice: "Ya estáis en el Cerro del Tío Pío". No hay nada pelado a nuestro alrededor, aunque sí una panorámica, desvaída por el día gris:
Hay también un parque de bomberos donde los ánimos están caldeados:
No apunto nada. Es K. quien se ha tomado la molestia de averiguar por dónde hemos estado. No tengo ni idea de cómo lo ha hecho. El caso es que atravesando el Cerro del Tío Pío empieza el ladrillismo salvaje, y a cada rato obligo a K. a pararse para hacerle la misma pregunta: "Y este edificio, ¿de qué época es?". Él más o menos lo sabe, y cuando no, pregunta a algún vecino. Creo que me dijo que las casas que pego a continuación (colonia de Los Álamos, en la avenida Pablo Neruda) son construcciones de los años 50 o 60. Se trata de edificios baratos y muy deteriorados:
En la misma avenida encontramos esta mole ochentera, que a mí me recuerda a una cárcel:
También encontramos esto, que no sé si es 80 o 90; parece la versión castiza del modelo de edificio soviético de una banlieue:
La dicha de los constructores en la mencionada avenida no tuvo límites, si bien hay que diferenciar entre lo que se levantó durante los años 50 y 70, fruto de la especulación pura y dura (lo que en barrios como Vallecas significó la construcción de viviendas pobremente equipadas, puesto que estaban destinadas a la clase baja), y los edificios que se alzaron a finales de los 80 y principios de los 90 según un plan del Instituto de Vivienda de Madrid que trató de solucionar, entre otras cosas, el problema de la calidad de los pisos.
Ignoro si estos curiosos centros comerciales pertenecen a dicho plan:
El plan del IVIMA fue una alternativa a las casitas de autoconstrucción de los inmigrantes que llegaron a la capital en los años 50 procedentes del campo, casitas que se degradaron a consecuencia de la droga y la delincuencia. Copio de aquí (artículo de María Carmen García-Nieto París, de la Universidad Complutense de Madrid; seminario de Fuentes Orales): "La población inmigrante buscó alojamiento de acuerdo con su poder adquisitivo, viéndose así alejada de los puntos centrales de la ciudad. Las características de algunos de los asentamientos donde se fueron concentrando coinciden con las observadas en la zona de Vallecas y, especialmente, en el núcleo de PALOMERAS. Su crecimiento urbanístico se fue produciendo en conexión con parcelaciones ilegales en terrenos alejados, que suponían la conversión clandestina de suelo rústico en urbano y provocaron la aparición de barrios de autoconstrucción para emigrantes. Surgieron así barrios nuevos en barriadas obreras tradicionales, todos ellos nacidos, como es el caso de PALOMERAS, bajo el estigma de la marginalidad: autoconstrucción, carencia de licencias, pobreza de materiales. La actitud de los ayuntamientos, en extremo permisiva y respetuosa con los intereses de los agentes inmobiliarios, permitió el crecimiento de estos barrios y la 'legalización' de las edificaciones a través de diversos e irregulares procedimientos entre los que se encuentran las multas que, una vez satisfechas, evitaban el derribo de la vivienda autoconstruida. Este negocio, además de ser una importante fuente de ingresos para propietarios e intermediarios, constituía a su vez una forma indirecta de revalorizar los terrenos que, después de cierto tiempo, recibían la calificación de urbanos; ello comportaba la obtención de nuevas plusvalías en los solares mantenidos en reserva, o bien adquiridos con propósito especulador, revalorizando además los terrenos que separaban el barrio de la ciudad". Me cuenta Charo que la erradicación del chabolismo en Palomeras fue también "la rehabilitación más grande hecha en Europa hasta ese momento, a pesar de que se había conseguido dignidad en las viviendas de autoconstrucción". Charo dice que "en quinto de carrera, siendo Fabio un bebé, trabajé como encuestadora para un trabajo sobre la remodelación en Nuevas Palomeras. O sea, que me metí en los pisos recién ocupados por familias gitanas y payas procedentes de Palomeras Bajas. Aquello era un caos. Todavía daban miedo algunas zonas, que ahora imagino más normalizadas (de la calle Rafael Alberti para allá). Hubo gitanos que antes de contestar me pedían el DNI y querían asegurarse de que yo no era policía. Habían arrancado los WC de los pisos, y en fin, mucho más. Hasta hace poco me consta que ha habido carteles en los portales prohibiendo tirar las basuras por las ventanas. Un amigo nuestro, Javier, pasó su infancia en Palomeras Bajas, donde tenían una casa estupenda; sé que sus padres lloraron al irse, y su madre, una mujer muy luchadora (eran de un pueblo de Jaén) habló personalmente con el ministro de entonces y consiguió que le dieran pronto un piso en Rafael Alberti, donde vivió Javier varios años, hasta que tuvo que venderlo en los 90 (seguía habiendo problemas de convivencia vecinal). Nosotros vivíamos en la calle León Felipe, y Javier en Rafael Alberti. Los pisos de León Felipe, que nosotros estrenamos (el piso más grande y bonito que he tenido), ya no eran de la remodelación, pero los otros nuevos, al otro lado de la Albufera, sí, todos. Y, por cierto, estaban muy bien".
El parque de Palomeras lo atraviesa ahora un anillo ciclista:
Aparece el falso Cerro del Tío Pío, que ya no sé qué es, y que en la imagen apenas se aprecia:El parque de Palomeras lo atraviesa ahora un anillo ciclista:
K., cuyo blog es muy visitado, me dice que hace poco contactó con él una mujer para ver si podía ayudarle con una calle de Barajas en la que había vivido su padre. Había rastreado la zona, y la calle no existía. K. le dijo que, cuando los pueblos de alrededor de Madrid se unieron a la ciudad, hubo que renombrar las calles, pues ya había, por ejemplo, una calle Mayor. La mujer se quedó contenta con la explicación.
Conforme nos acercamos al pueblo, hablamos de películas de terror. K. se ha aficionado últimamente; yo le digo que a mí me gustaban cuando era niña y me quedaba sola en casa. Me daba morbo pasar miedo. Ahora, en cambio, ni siquiera soy capaz de ver Cuarto Milenio. Luego no puedo dormir.
El siguiente paso cuando se ha estado hablando de cine de terror y de programas sobre casas embrujadas es preguntar si se cree en los espíritus. La respuesta me la reservo. Me parece que íbamos ya por aquí:
Después del metro aparecieron las primeras, y tal vez únicas, casitas:
El aspecto de Vallecas pueblo es muy distinto al de la zona de Palomeras. Los edificios tienen poca altura, y a mí no me importaría vivir por aquí si tuviera el trabajo cerca, y también amigos con los que bajar al bar:
Llegamos a la placita del pueblo. Nos sentamos en una terraza, pues ha salido el sol. K. dice: "Qué raro estar hoy en Vallecas".
Y aquí lo dejo, que es Nochevieja y el pavo me espera en la mesa.
Feliz 2011.