sábado, 8 de diciembre de 2012

Madrid, con perdón






Acaba de ver la luz la antología Madrid, con perdón (editorial Caballo de Troya), coordinada por Mercedes Cebrián y en la que la propia Mercedes CebriánFernando San Basilio, Esther García Llovet, Carlos Pardo, Juan Sebastián Cárdenas, Jimina Sabadú, Antonio J. Rodríguez, Óscar Esquivias, Natalia Carrero, Grace Morales, Álvaro Colomer, Jordi Costa, Iosi Havilio, Roberto Enríquez y una servidora damos nuestra visión sobre algunos barrios de Madrid. El libro recoge relatos de ficción y de no ficción. La contracubierta explica que:
 
"Este libro responde a la necesidad, urgente, de elaborar una cartografía literaria sobre el Madrid contemporáneo. Su propuesta es abarcar la ciudad en quince textos; es decir, mirarla y escucharla con suma atención, pero también con osadía".

El pasado miércoles 28 de noviembre el libro se presentó por segunda vez en el fórum del Fnac de Castellana. A tal fin se proyectaron algunas fotografías de Madrid tomadas por los alumnos de la escuela de fotografía BlankPaper David Hornillos, José Deconde, Antonio Xoubanova y Nacho Navas, y se organizó una charla entre el editor Constantino Bértolo, la coordinadora de BlankPaper Escuela de Fotografía Miren Pastor y algunos de los participantes en la antología: Mercedes Cebrián, Grace Morales, Juan Sebastián Cárdenas y Carlos Pardo. Se dijeron muchas y muy interesantes cosas. Reproduzco en este blog algunos de los temas que se trataron, una reproducción deficiente porque no pude apuntarlo todo, y lo que apunté tampoco es exacto. Pido disculpas por las imprecisiones, omisiones y malentendidos. Intercalo entre las intervenciones algunas de las imágenes que se proyectaron. Ahí van:

Constantino Bértolo: En toda antología el criterio es tan riguroso como caprichoso. El criterio de quien escoge a los autores es subjetivo; sin embargo, soy de los que opinan que la subjetividad no existe o, mejor dicho, que se acaba convirtiendo en la mejor muestra de objetividad. De la misma manera que las palabras escritas ocultan otras, sería interesante preguntarse a través de estas imágenes qué es lo que la fotografía oculta en lo que muestra.



 



Mercedes Cebrián: Desde luego la idea de esta antología era ofrecer una mirada sobre Madrid que no fuera la de las guías turísticas o El Viajero. No repetir lo que siempre se ve.
 
Carlos Pardo: La selección de las palabras es personal. La subjetividad es una experiencia de un contexto. Yo he escrito sobre La Moraleja, pero no con el ánimo de saber qué es La Moraleja, sino de dar una experiencia sensorial y subjetiva. Normalmente la fotografía, la prensa o los documentales ocultan todo lo que no está ordenado. Las fotos cansan. Estamos hartos de imágenes. Estamos hartos de relatos. Es necesario mostrar cuánto hay de mentira en ese acercamiento a la realidad.
 
Juan Sebastián Cárdenas: Yo soy el tipo que viene del país que habitualmente es objeto etnográfico, y que se convierte aquí en etnógrafo. En mi texto hay una voluntad de construcción de un punto de vista que descree del discurso etnográfico. El discurso prefabricado, que ya tiene la herramienta lingüística para acercarse a las realidades, lo vemos en El País Semanal. Normalmente en este discurso prefabricado nos encontramos con la pornomiseria y la explotación de lo real. Es un discurso que no muestra, sino que oculta.
 
Grace Morales: Este tema del ocultamiento y desocultamiento se refleja en mi texto, que trata sobre Carabanchel. Cuando Mercedes me invitó a participar en la antología, me dijo que había otra autora interesada en escribir sobre este barrio, y me planteé escribir sobre otro. Sin embargo, me di cuenta de que no me veía capacitada para cambiar el sitio por una razón sentimental. Mi padre ha muerto recientemente, y quería hacerle un homenaje. Mis lectores saben que vivo en Carabanchel, barrio sobre el que ya he escrito, y me tentaba deshacer la visión a la que les tengo acostumbrados. Por otra parte, Carabanchel genera etiquetas, y también me propuse salirme de ellas.

 
 
 
 
 
 
 


 
 
 
 
 


 
 
 
 

 
Constantino Bértolo: ¿Qué es lo que la fotografía aporta y cuáles son sus límites? Suele decirse que una imagen vale más que mil palabras, pero yo no lo tengo tan claro. Por otro lado, las fotos de la Casa de Campo parecen encerrar la historia de un crimen.
 
Miren Pastor: La fotografía crea una realidad paralela. No se limita a reproducir lo que el fotógrafo ve.
 
 
 
 
 

 
Constantino Bértolo: Mercedes, me gustaría preguntarte cuál es el centro de gravedad de Madrid, y si crees que es una ciudad en blanco y negro o en color. En tu texto mencionas una película en blanco y negro: Nueve cartas a Berta.
 
Mercedes Cebrián: Bueno, el blanco y negro de Madrid es en verdad color ladrillo, cosa metálica, aluminio, máquinas de aire acondicionado. Ese es nuestro paisaje habitual, y hemos generado un mecanismo de defensa para no verlo. En mi opinión, Madrid es como una ciudad medieval: el centro es reducido, la gente transita siempre por las mismas calles (un ejemplo de esto es Preciados), y todo lo que queda fuera de esa órbita es desconocido. En Madrid hay una gran cantidad de monumentos y de lugares no visitados por este motivo. Y algunos barrios que no están lejos del centro, como el de Moncloa-Argüelles, pueden pensarse como una pequeña periferia, porque colindan con carreteras.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 








Constantino Bértolo: Los textos no sólo generan preguntas, sino que también dan respuestas. Carlos, tu texto sobre La Moraleja da respuestas. La Moraleja es un campo de concentración de ricos.Tú conseguiste evadirte.

Carlos Pardo: Es un campo de concentración de ricos, pero también es un campo de juegos: el del colegio. Yo narro un origen, planteo la búsqueda de una identidad infantil, y este origen es a la vez un campo de juegos y un campo de concentración. La Moraleja te expulsa, porque también es un estatus. Los jardines aseguran la lejanía del vecino. Para contar este origen encontré un texto del año 73 sobre el suburbanismo en el que se refería lo que iba a ser La Moraleja. Era un texto terrorífico, que explicaba el campo de concentración, cuyo espacio público es el centro comercial, la iglesia y el campo de golf. En La Moraleja viven sobre todo políticos del PSOE y del PP, deportistas y cantantes. La oligarquía española. En cuanto al tema que planteabas antes del color, yo diría que cuando vives en Madrid te haces experto en la gama de grises.





 















Constantino Bértolo: Juan, tu texto se sitúa en Vallecas. ¿Por qué centras una parte del texto en retratar a un inmigrante en un barrio que concentra la mitología de la izquierda española? ¿Estás respondiendo a la historia tópica sobre Vallecas? Tu narración no refleja esa parte de Vallecas que cuenta el pasado (calle Rafael Alberti, calle del Payaso Fofó). No está ese espacio de legitimación obrera.

Juan Sebastián Cárdenas: Sí, quería ofrecer otra estampa que no fuera la típica fotografía épica de Vallecas. Pretendía generar un contraste y un choque con eso, y mostrar cómo frente a ese imaginario (que valoro, comparto y reivindico) hay otros imaginarios que se están colando allí. En mi texto sale un trabajador que tiene un valor alegórico, y un paisaje que se carga significativamente de un enigma banal, de algo que vibra fuera y que uno no sabe qué es. Están asimismo los elementos arquitectónicos homogeneizantes de la socialdemocracia española ochentera, a los que añado las reformas de los portales de inspiración funeraria (mármol, hierro), una inspiración que recuerda al Valle de los Caídos.

Mercedes Cebrián: Se podría hacer un libro sobre los materiales que abundan en Madrid: ladrillo, granito, aluminio, PVC... En esta antología aparecen muchos de esos materiales. No es un libro de personajes sino más bien de materiales.








Constantino Bértolo: Los que carecemos de lenguaje fotográfico nos preguntamos cuál es la sintaxis del reportaje. Cómo se construye el reportaje.

Miren Pastor: Se tiene siempre en cuenta cómo vas a editar las fotografías.







Constantino Bértolo: La voz postmoderna tiene mala conciencia y se ve obligada a justificarse con narradores escépticos y a través de la ironía. En la actualidad es raro que un narrador esgrima una voz que sea propositiva. Abundan las voces que se disculpan por escribir de una u otra manera, o que sólo  aspiran a gustar. Por otra parte, la voz narrativa postmoderna está ahora en quiebra, la cultura pop está en quiebra, porque la crisis no permite ironizar. También me pregunto por qué tenéis tanto miedo de ser acusados de costumbristas. La única voz de todos los textos recogidos en la antología que no ironiza, que está enfadada y cuenta con rabia, es la de Grace Morales. Grace narra la historia de un barrio usurpado. ¿Eras consciente mientras escribías de que esa voz narrativa no es actual?

Grace Morales: Pues tal vez es que lo he hecho muy mal, pero yo estaba segura de haber metido humor en el texto. Quizá lo haya hecho en menor medida por lo que ya he explicado antes: quería hacerle un homenaje a mi padre. Es posible que me haya puesto más seria.

Carlos Pardo: A mí el costumbrismo me gusta, porque se decanta por el contexto. Es la manera más eficaz de hacer algo crítico. En determinadas sociedades, el idealismo y el realismo se han convertido en dos clichés que no denotan nada. En cuanto al tema de la voz y de la ironía postmoderna, diré que a mí me parece necesario escribir con sospecha hacia la propia voz. En cuanto el caos está ordenado empiezo a sospechar, y eso también es político. Además, este problema no es sólo postmoderno, o dicho de otro modo: tengamos en cuenta que escribir como en el siglo XIX es postmoderno. El problema de lo chistoso viene de la Modernidad.
 
Juan Sebastián Cárdenas: En mi texto hay referencias al costumbrismo y a la sociología: "Detesto releer textos viejos y descubrir que he estado haciendo sociología o costumbrismo. La literatura de estos tiempos a menudo incurre en ambas cosas. Quizá sea culpa de la famosa y nunca superada crisis del realismo, eso que empezó como una crítica de cierta ideología de la representación y acabó en una cancelación general y dogmática de los poderes miméticos  en el arte, de su capacidad de tocar las cosas y dejarse tocar por ellas; echamos al niño con el agua de lavar. Tal vez la sociología y el costumbrismo -representados en géneros tan populares últimamente como la crónica o la novela social en clave de autoficción o thriller político-, sean algunos de esos escasos discursos bien codificados, socialmente aceptados, que le quedan al escritor para simular o gesticular un contacto con lo real que nunca tiene lugar, en otras palabras, para parecer objetivo sin objetar nada". Tras decir esto, mi texto sigue haciendo costumbrismo o sociología. Me gustaría hacer una distinción entre costumbrismo voluntario, que asume que no puedes renunciar a lo construido previamente, y costumbrismo involuntario. Los problemas que planteas vienen del Siglo de Oro, son problemas que ya tenía Cervantes, y tienen que ver con la relación venenosa que genera siempre la ironía, que se utiliza para establecer jerarquías. Hay no obstante  una ironía que renuncia a jerarquizar, que se plantea cómo se ha creado el arquetipo, que señala la contradicción del texto. Creo que ese es el lugar de lo político.
 
Carlos Pardo: Hay una voz débil de la que se ha abusado, y existe ahora la necesidad de crear una voz poderosa.
 
Juan Sebastián Cárdenas: Hay una nostalgia de la autenticidad en tiempos de voces débiles, irónicas, y esa nostalgia genera, como fenómeno compensatorio, algo que no es positivo: la voz dictatorial, de la que son ejemplo algunos blogs de "nueva" crítica donde la pretensión es decir la "verdad".
 
Carlos Pardo: En los textos de la antología hay algo distinto respecto al gusto literario evidente: una tendencia a la autoficción, una búsqueda de esos espacios de veracidad.

 


 
 
 
 

sábado, 13 de octubre de 2012

La Prosperidad





La prosperidad es el curso favorable de las cosas; la buena suerte o éxito en lo que se emprende, sucede u ocurre. Esto según la RAE.
 
La Prosperidad es un barrio de Madrid "del distrito de Chamartín, situado en la zona noreste de la ciudad de Madrid, y colindante con el distrito de Salamanca. Se ubica entre la calle Príncipe de Vergara, la Avenida de América, la M-30 y Sánchez Pacheco, y es atravesada por la calle López de Hoyos, siendo esta última una de las calles más largas de la ciudad y destacada por su gran actividad comercial", según la Wikipedia.
 
La Prosperidad es también el título del libro que Enrique F. Rojo dedica al mentado barrio madrileño que muchos llamamos La Prospe, un librito que devoré hace una semana. Rojo lleva años dedicado a contar la historia de los barrios en su blog Urban Idade. Memoria de las redes urbanas, del que hemos hablado aquí en un par de ocasiones. Rojo, además, es llamado en esta bitácora Urban, pero como ahora estoy hablando de su libro, donde firma como Enrique F. Rojo, me referiré a él como Rojo. Los otros nombres de Rojo son Enrique Fidel y Kike, y su blog es la mejor bitácora sobre Madrid.
 
Digo que devoré La Prosperidad porque, además de llevar ya unos cuantos años siguiendo el blog de Rojo, tenía curiosidad por saber cómo iba disponer en un libro una información colindante con lo enciclopédico,  fundamentalmente descriptiva, para que el resultado no fuera ese típico libro de fotos con comentarios al pie. La Prosperidad (sigo refiriéndome al libro) admite ese uso, pues es pródigo en anécdotas e imágenes, pero lo más importante es que también permite una lectura de corrido, esencial  si pretendemos adquirir una idea solvente sobre cómo se gestó el barrio, que por cierto no tiene unos orígenes precisamente prósperos. Rojo logra que La Prosperidad sea  una lectura amena, pues el volumen está hecho con sabiduría narrativa. No aburre al lector porque pasa rápidamente de un tema a otro, y el texto está preñado de fotos antiguas, de esas que siempre mola ver porque son lo más literal que tenemos del pasado. También encontramos algunas historias de la crónica negra. Especialmente significativa me parece la primera parte, dedicada al origen de La Prospe, proceso que supongo aplicable a buena parte del extrarradio de Madrid, y que es la historia de la especulación urbanística.
 
En fin que, leer la La Prosperidad es como dar un paseo con alguien que se conoce bien la zona y que va hablándote de sus hitos. Alguien que te habla sin cansarte y te deja tiempo parar mirar.














 





 
 
No me gustaría acabar este post sin decir algo sobre la Editorial Temporae, que ha sido la encargada de publicar el libro. Dicha editorial tiene como objetivo rescatar las colecciones particulares de fotos, divulgar la historia local, publicar fotografías antiguas, catalogar archivos inéditos y editar libros sobre temática histórica. En su catálogo podemos encontrar varios libros dedicados a otros barrios castizos: Barajas, Latina, o Carabanchel.
 
 
Abrí este post con varias definiciones de prosperidad y voy a cerrarla con la mía, que es La Prospe de La Bodega, un bar de exquisitas tapas guarras y baratas, y también la de El 4, un pub cutrísimo que reunía cada noche a lo más granado del barrio, y que yo visitaba años ha, cuando vivía por aquellos lares. El 4 no lo he encontrado en la web.

jueves, 23 de agosto de 2012

Cementerios





Ir a ver a mis muertos. Eso es lo primero que hago cuando llego al pueblo de mi familia materna. Antes de tener mis propios muertos también lo hacía. Me paseaba entre los nichos sin anticipar las pérdidas. Tampoco pensaba en mi muerte, ni que mis muertos fueran a elegir ese cementerio, aunque me doy cuenta de que ellos no eligieron, a pesar de que el final no los sorprendió y de que algunos ni siquiera vivían en el pueblo. Estuvieron meses,  incluso años, proyectando una sombra cada vez más corta sobre sus tumbas. Pero no dijeron nada.
 
En un pueblo casi todos los muertos son conocidos. Miro sus fotos; me sorprendo de la juventud de algunas mujeres y de las veces en las que me las he cruzado por la calle mientras vivían, cuando era niña e imaginaba sin el menor afán de acertar. Imaginaba sin más sobre sus vidas, atribuyéndoles lo que mi fantasía deseaba para mí siempre y cuando fueran guapas.
 
Eso era un imperativo categórico en mi familia: las mujeres debían ser guapas. Sólo una mujer bella tenía derecho a una existencia plena. Yo no entraba dentro del canon familiar, y me vengaba con las mujeres que no consideraba guapas. Para ellas sólo imaginaba desgracias.
 
Cuando llegué a Madrid enseguida quise ver el Cementerio de La Almudena. Por supuesto, mi ignorancia era máxima sobre las posibilidades de  tener allí a alguno de mis muertos, pues esos muertos, de existir, pertenecían al futuro. 
 
Del Cementerio de La Almudena sólo sabía por dos amigos madrileños. Uno de ellos militaba en lo siniestro, y creo que era él quien me dijo que toda su troupe gótica iba a La Almudena a trazar símbolos satánicos, o a hacer otro tipo de rituales light y a susurrarse lo que nunca se atreverían a llevar a cabo, como decapitar gallinas a la puerta de los panteones o  a los pies de los ángeles. El otro amigo no era siniestro, y me contaba que de noche se llegaba a la tapia del camposanto a cazar murciélagos. Tal vez fuera al revés, y quien cazaba los murciélagos era el siniestro. Yo estaba enamorada de sus ropajes negros.

Me sorprendieron los autobuses circulando entre las tumbas. Autobuses de línea rojos, como todos los de Madrid, recorriendo senderos de cruces, de flores de plástico, de retratos en blanco y negro, y también en color. Los cementerios, con sus paredes de nichos, siempre me han recordado a un archivo, o a esas fichas que antaño llevaban los estudiantes y los profesores, y que un día se sacaban y se ponían en orden, una tras otra. La frialdad clasificatoria, en los cementerios de los pueblos, se rompe porque los huesos que reposan en los ataúdes baratos no son anónimos. Sin embargo, en La Almudena me sobrecogió las vastedad de aquella nada que proyectaban los rostros. Mi memoria no podía  sabotear el frío orden mortuorio.
 
No he vuelto a ir al Cementerio de La Almudena.
 
En 2009 di un taller en la Biblioteca Municipal La Chata, sita en Carabanchel. Los barrios del sur están en cuesta, y tienes la impresión de elevarte sobre la ciudad. El centro de Madrid, obviamente, es más  vital, pero también más estresante. Cuando llevas mucho tiempo en esa cresta de la ola que es el cogollo de la ciudad y te metes en un barrio con jardines feos porque en los barrios casi todo es feo, y edificios que a veces no son demasiado altos, lo que permite que el horizonte se abra entre dos calles, tu cuerpo sale como despedido a la calma y al cielo, que es más azul porque hay menos contaminación. Recuerdo que, tras mi primera sesión en La Chata, me interné en un parque raquítico, y llegué a un curioso cementerio. Un hombre que vendía flores para los muertos me dijo que era el cementerio de la Parroquia de Carabanchel Bajo. Había un pequeño declive; al subir, se veían en panóramica las tumbas que quedaban atrás, y el espectáculo era raro, como postnuclear y fuera del tiempo. Las lápidas parecían haber brotado del suelo. El hombre de las flores añadió que junto al cementerio había una ermita del siglo XIII que era la más antigua de Madrid. Me acerqué a ver la ermita, que colindaba con el muro de la antigua cárcel de Carabanchel (creo que era ese muro, aún sin derruir). La rodeaban hormigoneras y obreros. No sé qué hacían. Desde luego, no la restauraban, pues ya estaba restaurada.

Otro día fui con Urban al Cementerio de los Ingleses, que está en Carabanchel Bajo. Fabulé ingenuamente con que dicho cementerio se pareciera a los que había visto en Irlanda, con cruces saliendo del césped. Lo que encontré fue esto:





 
 
 
 





No digo que no tuviera su aquel, sobre todo porque podías espiar las traseras de los edificios.

En una ocasión entré en el Cementerio de San Isidro con Esther. También iba con Manuel y con Nicolás. En esta ocasión vi un montón de muertos ilustres, y el recuerdo que guardo de la visita es parecida a la impresión que dan los parques madrileños de cierta solera, siempre con pinos y pinocha y verdores añejos y cosa ladrillista pero con impronta goyesca:
 
 
 
 
 
 
 
Las tumbas gitanas son las más entretenidas:
 
 
 
Ay, Pili:
 
 
 
Tal vez busqué tumbas de niños. Desde que visité el cementerio de Zaragoza, donde hay una zona infantil con las tumbas decoradas como si los padres fueran a jugar sobre ellas, con piedrecitas azules y muy brillantes, con dibujos, con cabezas de muñecas y huesos minúsculos, busco las lápidas de los infantes. Me he inventado lo de la decoración, pero algo así fue la impresión que me quedó.

miércoles, 25 de julio de 2012

La torre de los siete jorobados







"La ciudad subterránea, a la que dedicábamos todas las horas del día, tenía visos de no haber sido una simple red de túneles para conectar edificios y evitar el frío de los trayectos a pie, un frío al parecer monstruoso que durante algunos siglos había azotado la submeseta sur, y que era el origen de refranes como: en enero, se hiela el agua en el puchero. Las ascuas de los braseros, según algunos de los códices que manejábamos, no calentaban las casas, y sólo bajo tierra podía alcanzarse otro tipo de calor: el que desprendía el núcleo del planeta. Aquellos viejos códices, que contenían falsos planos de los pasadizos y que explicaban el calor subterráneo por la cercanía entre la vida humana y el infierno, parecían ciencia ficción; sin embargo, bastaron unos días de trasiego por los túneles interminables para que yo misma notara ese calor sutil, y eso que estábamos a miles de kilómetros del núcleo terrestre. Con todo, no era ésa la función principal de la villa, sino el haber alojado a los judíos que, tras decretarse la expulsión por parte de los Reyes Católicos, decidieron habitar la ciudad que sus ancestros habían levantado en el subsuelo, previendo tal vez que algún día tendrían que abandonar aquellas tierras. Había una sinagoga, un cementerio y habitáculos lo suficientemente grandes, en realidad antiguas casas de cuyos tabiques quedaban ruinas, que certificaban lo registrado en el códice. Había asimismo frescos en las paredes y el techo del espacio principal, constituido por una modesta plaza. Los frescos representaban extrañas escenas pastoriles, las cuales, conforme iban recuperando forma y color, comenzaron a hacer las delicias de aquellos siete hombres, aunque por supuesto de una manera silenciosa, rota únicamente por el larguirucho, que cada vez que pasaba ante los frescos no podía dejar de entonar canciones que me crispaban, y cuyas melodías parecían contener una mezcla de burla, admiración y el aireo de cierto estúpido secreto. A veces jugaba a perseguirme por los túneles. Aparecía por ejemplo en una esquina, clocaba su canción y luego se esfumaba, confundiéndose su escuálida figura con una sombra. Por su parte, el calvo comenzó a permanecer durante horas detrás de mí, atento a cada uno de mis descubrimientos, con un sigilo tan fabuloso que lo único que me advertía de su presencia era su respiración jadeante. Ni sus pisadas se escuchaban. Yo comenzaba muy temprano a caminar, y al rato me daba la vuelta y me encontraba con su cara, de bellos y criminales ojos que nunca me miraban. Al cabo de un par de horas volvía a girarme y había desaparecido; entonces era el resto de los hombres quienes aprovechaban para seguirme, aunque siempre como a hurtadillas, temerosos de ser descubiertos por su maestro".
Me permito citarme a mí misma. El fragmento que acabo de copiar pertenece al libro Cuentos en blanco y negro (ed. Miguel Ángel Oeste), en el que me invitaron a participar junto a otros escritores. Cada uno de nosotros tenía que elegir una película en blanco y negro y escribir una ficción a partir de ella. Yo elegí La torre de los siete jorobados, de Edgar Neville. Había varias motivos en mi elección de este fabuloso clásico del cine español, y uno de ellos era el Madrid que presenta la cinta, un Madrid en cuyas entrañas se esconde otro, lo que no deja de ser una metáfora de cualquier ciudad y casi de cualquier cosa. La torre de los siete jorobados cuenta la historia de un joven al que se le aparece un fantasma que le pide que proteja a su sobrina de una extraña banda de jorobados que viven en una ciudadela subterránea, ciudadela en la que se escondieron los judíos que no quisieron salir de España cuando se les expulsó. Buena parte de la peli transcurre en la plaza de la Paja, y esa es la única calle que he logrado localizar. El resto de exteriores corresponden, o eso creo, a zonas céntricas de la capi, aunque no sé exactamente cuáles son. Estamos hablando de 1944:









                    Y aquí la ciudad subterránea




                    El resto de los motivos que me llevaron a elegir esta película quedaron recogidos en un texto que iba a publicarse inicialmente en el libro junto con el relato, pero que al final no se incluyó. Se trata de motivaciones biográficas, que no sé si pueden tener algún interés, pero que copio también aquí como cierre de la entrada:


EXCUSA PARA UNA POÉTICA


                    La torre de los siete jorobados, de Edgar Neville, es una noche en casa de mi abuela viendo Historias para no dormir, la serie que Narciso Ibáñez Serrador dedicó al género de terror entre los años 60 y 80 del siglo pasado. Yo era una enana, ni siquiera había desarrollado la capacidad para seguir una serie, pero recuerdo la intensidad de ciertas imágenes, como la de un hombre agonizante que repetía “Estoy muerto”, y que habría causarme cortes de digestión nocturnos. Quien insistía en estar muerto vomitaba una baba verde que, barrunto ahora, seguro que tenía que ver con la niña de El exorcista, y no con ninguna de las adaptaciones de cuentos clásicos que se emitían en la mencionada serie. Pero mis aprendizajes tempranos, los que fijaron el modelo de los que habrían de venir después, son esa bruma, esa mezcla de unas historias con otras según una lógica vivencial e intuitiva. Mi preadolescencia se compuso, entre otras muchas cosas, de amor por las películas de terror, películas norteamericanas en su mayor parte que, sin embargo, me retrotraían al programa de Chicho. Más adelante llegué a Buñuel, a Un perro andaluz y La edad de oro, a ese todavía primer cine que, si bien al amparo de presupuestos surrealistas, era no obstante libre porque, opino, muchos de sus códigos estaban aún por desarrollar. He elegido La torre de los siete jorobados porque aúna los elementos mencionados. Terror de cuño español, fantasía, costumbrismo, suspense, surrealismo, humor absurdo y libertad a raudales. Huelga decir que lo que consigno aquí sobre este film tiene que ver únicamente conmigo, es decir, con mi interesada y rebelde manera de interpretar.


sábado, 24 de marzo de 2012

Tetuán, Bellas Vistas, Dehesa de la Villa

Aviso: voy a escribir muy rápido esta entrada. Como si sólo tuviera media hora y a pesar de ello me empeñara en que el post fuera largo. De unas diez mil palabras por lo menos. La hipótesis es casi cierta, con esa certeza de la ficción de decir la verdad a través de la mentira. Y en cualquier caso, este escurrirme  es la única manera de poder hacer tiempo para el blog: pararme en el minuto y en el segundo, y estirarlo a fuerza de teclear. Por ahí fuera el tiempo me teclea a mí, aunque esta semana le he dicho a varios amigos que no voy a quejarme por el tiempo que no tengo, y también os lo digo a vosotros: no pienso quejarme más. Éste es mi último gruñido sobre el particular.

De entre las personas que conozco, Óscar debe de ser de los pocos de fuera de Madrid  que han encajado en un barrio hasta hacerlo suyo. Las personas que más frecuento son casi todas de mi generación; supongo que eso explica que, si no veo a foráneos (pero en Madrid es todo foráneo) bien acoplados a, por ejemplo, Aluche,  puede deberse a que no han vivido los suficientes años mirando el ladrillismo (aunque Óscar lleva media vida aquí, al igual que yo:  sean ustedes conscientes de lo resbaloso de mis afirmaciones). Otra explicación plausible es que me muevo entre burgueses acostumbrados a vivir en el centro de Soria o de Minglanilla, y a los que no se les pasa por la cabeza venirse a la capi para exiliarse del centro, porque digo yo que a alguien de Mislata (Valencia) no se le debe de hacer el cuerpo raro en un barrio. Y una tercera y última explicación: lo que ocurre es que en Madrid no cuenta  sólo el concepto o el ambiente, sino también la lejanía. El que sea realmente un coñazo salir de tu barrio para ir al centro porque queda a tropocientas paradas de metro y siete mil transbordos. Tal vez por eso a Óscar se le ha hecho el cuerpo, porque Tetuán está  dentro de la M-30, al igual que Prosperidad; son distritos en verdad poco excéntricos y muy habitables para los que no nos acostumbramos a que Malasaña no esté a un paseo. Y además Óscar vive con su pareja en un edificio donde se aloja la famila de su pareja. Todo queda en casa. La vida de Óscar, por estas y otras cuestiones, me parece envidiable los días en que quiedro tener pareja y una familia cerca para que me invite los domingos y fiestas de guardar a  paella. Sin embargo, otros días no quiero eso. Otros días no sé lo que quiero.

He quedado en Cuatro Caminos con Óscar y con Asís. Óscar es escritor, y Asís fotógrafo (van a ver en este post tres fotos maravillosas que son suyas; el resto, meramente naturalistas y hechas de cualquier manera, proceden de mi móvil).  Aunque está nublado llevo gafas de sol, y quizá por eso Óscar, o tal vez Asís, me suelta: "Pareces una actriz". Si hiciera sol no me habrían dicho nada; las gafas de sol cuando no hace sol tan sólo ocultan llamando la atención, y los famosos van por ahí con sus gafas porque hay un juego de ser reconocidos en el intento de pasar desapercibidos. Creo que Montaigne decía algo así como que la modestia es la forma más refinada de la vanidad.  Sólo he conocido a una persona que nunca se quitaba las gafas de sol: Chavela Vargas. De noche y de día. Bajaba al comedor (entonces yo vivía en la Residencia de Estudiantes) y me encontraba a Chavela con sus gafas, sin saber si me miraba. Me ponía nerviosa. Con lo de "Pareces una actriz" me imagino algo a la española, y que en lugar de actuar, canta: La Pantoja, María Jiménez. Mi imaginación es cañí, qué se le va a hacer. Por cierto, si  hoy llevo las gafas de sol a pesar de la materia gris del cielo es porque tengo conjuntivitis.

Sobre Tetuán hablé aquí. Me la enseñó Urban. De Tetuán recuerdo asimismo un paseo de antes de saber que era Tetuán,  con mi padre y recién llegada a Madrid. Antaño eran habituales los paseos en coche con mi querido progenitor, quien afirma que los vehículos se han inventado para liberar al género humano de tener que ir andando. Cuando mi padre se encuentra con ecologistas que quieren limitar el uso del coche en las ciudades grita: ¡Viva la contaminación! El día que mi padre me llevó a Tetuán sin que yo supiera que se trataba de Tetuán, lo que quería era mostrarme el Instituto Virgen de La Paloma, que está en Francos Rodríguez. Allí estudió Máquinas Navales para posteriormente embarcarse en Barcelona (creo) y desembarcar en Cádiz después de haberse pasado toda la travesía vomitando. Mi padre trabaja desde los 13 años; cuando se decidió por las Máquinas Navales llegaba a clase (turno de noche) tras patearse la ciudad con una maleta llena de telas. Era representante de tejidos. Pienso ahora que tanto andar quizá le haya hecho aborrecer los paseos, y que si estudió Máquinas Navales a pesar de que odiaba el mar se debía a su deseo de marcharse lejos. El caso es que ese día en el que vine a formalizar la matrícula en Filosofía mi padre me llevó en coche a ese barrio para mí ignoto, y que estando con Óscar y con Asís, y antes de llegar al Instituto Virgen de La Paloma, empiezo a reconocer el ambiente visto con mi padre allá por el año 96. No se trata de nada en concreto, y es raro cómo funciona la memoria, a través de formas que por su vaguedad se asemejan a lo abstracto. Una calle, una cuesta, caídas de luz que dormitan en el recuerdo como si fueran imágenes soñadas. Entonces comienzo a esperar a que aparezca el Instituto Virgen de la Paloma. No tengo en verdad ninguna seguridad de que mi archivo memorístico no esté dañado.

Finalmente arribamos al Instituto y menciono a mis acompañantes que mi padre estudió aquí; Óscar me dice  que hay generaciones enteras en el barrio que han hecho su formación profesional en el Virgen de la Paloma, y que el lugar es por ello un hito.

Aclaro que estoy empezando por el medio del paseo en lugar de por el principio, que es Bravo Murillo, calle recorrida por mí hasta la saciedad durante 2009 por motivos que no vienen al caso, y explorada por primera vez cuando en 2003 estudié unas oposiciones que sólo deseaba suspender. La academia caía por Cuatro Caminos, y con el buen tiempo me daba paseos hasta Estrecho, o callejeaba tímidamente. Tetuán era sólo el nombre del distrito en el que vivían algunos de mis compañeros de la facultad, y también el lugar al que diariamente partía de madrugada la dueña de un garito brasileño de Lavapiés, sito en la calle Salitre, y al que yo acudía entre semana para marcharme a la misma hora que ella. La repetición, el alcohol y la resonancia marroquí de Tetuán me llevaban muchas noches a soñar en una huida en taxi hacia un Tetuán que era a la vez un barrio de Madrid y una ciudad al borde del Estrecho de Gibraltar. El Tetuán de mi sueño tenía una oscuridad con nubes naranjas al fondo, y estaba plagado de posibilidades. Sé que siempre cuelo algún sueño en los paseos; no puedo evitar soñar con espacios ni la posterior conexión del paisaje onírico con el real.

Paramos primero en un solar donde hay un circo que en esta atmósfera grisácea recuerda a imágenes de Diane Arbus. Se trata del circo de Teresa Rabal. Me imagino a Arbus fotografíando a Teresa Rabal desnuda frente a las lonas, con el cuello ladeado y esa sonrisa de los discos que yo aborrecía cuando niña. Escribo esto justo antes de que Asís me pase una foto cojonuda que me hace no pensar más en lo que habría hecho Arbus y centrame en lo que ha hecho él:





Luego nos metemos en el antiguo cine Europa, hoy Saneamientos Pereda: alcachofas para la ducha y tazas de váter en un espacio pensado para ver y verse. Óscar y Asís se preguntan dónde estaría la pantalla y qué obras se han llevado a cabo para dejar el espacio casi redondo, para expurgar el aspecto de anfiteatro y envolverlo todo de luces de neón blancas y estanterías. De nuevo una foto estupenda de Asís:




La Wikipedia añade esto en su entrada sobre el Cinema Europa: "En la actualidad los carteles de la tienda de saneamiento desvirtúan por completo la calidad arquitéctonica de la fachada". Tal vez se trata de un castigo: en el Cine Europa se cantó por primera vez Cara al sol, el himno de la Falange; también daban discursos los comunistas, y cuando estalló la Guerra Civil, la Federación Anarquista Ibérica (FAI) lo convirtió en una de las checas más sanguinarias de Madrid. La checa tenía un nombre que hoy suena bien: Ateneo Libertario de Tetuán. Es Óscar quien me pone tras la pista de las impregnaciones políticas y guerracivilistas del cine.

A continuación vamos a la Parroquia de San Antonio. En Tetuán viven muchos inmigrantes latinoamericanos, y en esta iglesia ya le han hecho hueco a la imaginería del otro lado del Atlántico. Tiene su altar, por ejemplo, la Virgen de Nuestra Señora de Coromoto, patrona de Venezuela.



Ignoro si traer vírgenes y cristos de otras latitudes aumenta la afluencia a la casa del Señor. La parroquia de San Antonio exhibe ese vacío de todas las iglesias españolas, que se llenan sólo en la vistosa y muy social misa de los domingos, y a las que entre semana sólo acuden viejas a susurrar el rito. Nunca he experimentado un sentimiento religioso en una iglesia.

Callejeando el ambiente latino se hace notar; yo diría que abunda el rollo dominicano, y Óscar me dice que hay un claro cambio de ritmo en el barrio, un cambio más nocturno y salsero; prueba de ello son los horarios de algunos de los negocios latinos, que abren y cierran más tarde que los españoles.



También se evidencia el tipo de población en la cartelería de los locales y en la callejera:







Podríamos parar en algún sitio para comer, qué sé yo, patacón pisao, pero no. Optamos por la bravas y los callos con garbanzos del bar Marcos, sito en calle Santa Juliana número 4. Es uno de los favoritos de Óscar para comer bravas.



Tetuán, ya lo dijimos en este blog, es una de las zonas de Madrid que mejor conserva los edificios de principios del siglo pasado. Algunas calles hacen pensar que el ladrillismo desarrollista queda lejos. Me gusta Tetuán. Es fácil por otra parte que gusten más los barrios del oeste y del norte que los del sur y los del este. En algún momento  se decidió que el lumpen debía habitar el sur, y que no merecía espacios decentes. Algo así como: qué más da, si los pobres tienen mal gusto y están acostumbrados a que les entre el frío.

La colonia Bellas Vistas es otra de nuestras paradas. Sobre las colonias leo esto en la Madripedia:

"La mayor parte de las colonias existentes en Madrid se construyeron en los años veinte y treinta del siglo XX, al amparo de las Leyes de Casas Baratas de 1908, 1911, 1921, 1924 -entre otras- para la construcción de viviendas para obreros, funcionarios y militares. Para ello se buscaron terrenos en el extrarradio -sobre todo en el antiguo municipio de Chamartín de la Rosa-, que fueran sitios apacibles y económicos para vivir. De casas baratas para clases modestas han pasado en la actualidad a ser viviendas de lujo para aquellos que quieren vivir en un hotel individual o adosado con jardín dentro de la ciudad".

La colonia Bellas Vistas, penúltima parada de nuestro paseo, se construyó en 1928 por la Compañía Anónima de Casas Baratas, y responde a lo anteriormente descrito: casas de lujo dándole coba a casas modestas. En puridad, y a pesar de las diferencias, aquí reina la inmodestia: tener una casa con jardín en pleno Madrid es hoy un lujazo. Ahora bien, Bellas Vistas tiene calle particular, y lo particular es siempre más estático; normalmente hay mayores posibilidades de que te ocurran cosas estando en compañía. Quiero decir que ese no pasar de gente por la calle, y de albañiles por las fachadas, y de coches junto a los autos aparcados, se nota. La colonia da tanta envidia como sensación de decadencia, y una señora pretende cortarnos el paso. Asís y Óscar son encantadores de serpientes, y la señora, que dice estar harta de que se cuelen yonquis y excursionistas, se entusiasma con mis cicerones y nos cuenta la historia de su casa y de los árboles de la colonia. Pongo durante algunos días mucha aplicación en que no se me olviden los nombres de los árboles, pero es en vano. "¿No hay un libro de Almudena Grandes en el que uno de los personajes vive en Bellas Vistas?", creo que dice Óscar. No puedo evitar querer saber qué historia protagoniza ese personaje, si es que existe. Creo que en realidad lo que quiero es inventarme su vida.



















De Bellas Vistas nos vamos a la Dehesa de la Villa, un pulmón radioactivo que me dio tema de conversación hipocondriaca  durante mis años de estudiante en la Complutense. Sobre la radioactividad de la Dehesa dejo información aquí. Hay unos pocos corredores inspirando y exhalando plutonio, aunque nosotros no hablamos de la contaminación, sino de los confines de la ciudad. Las grandes ciudades limitan con las circunvalaciones; no es posible salir de ellas andando con cierta tranquilidad. Sin embargo, en Madrid hay espacios que producen la ilusión de que la ciudad acaba de terminarse ahí mismito, justo donde te estás manchando las botas de barro, y de que, si quieres, alcanzas la sierra sin volver a oler el asfalto.




Óscar quiere enseñarme el Cerro de los Locos, donde, me dice, a veces van hombres desnudos.





La foto, por supuesto, es de Asís.

Aquí están los dos:




Gracias.