Cuando en la ficción un muerto hace acto de presencia es porque tiene asuntos pendientes que los vivos deben resolver: secretos, injusticias, venganzas. En la no ficción la figura del fantasma se usa, por ejemplo, para nombrar alguna parte del cuerpo que ya no está pero que se hace notar: un miembro fantasma.
Las ciudades tienen sus fantasmas. Siempre corren rumores sobre fenómenos paranormales en edificios abandonados, sobre todo cuando en ellos ocurrieron episodios cruentos. Cabe asimismo hablar de edificios fantasma, esos que fueron importantes porque entre sus paredes acaecieron circunstancias que afectaban a una comunidad. Toda herida demanda una reparación, y si alguien decide acabar con un sitio con las mentadas características como si fuera un lugar cualquiera, haciendo la vista gorda a las necesidades de los damnificados (dinámica ésta muy de la Transición), se corre el riesgo de que las heridas que ese lugar produjo nunca cicatricen. En Madrid un ejemplo de esto es la derruida cárcel de Carabanchel, que hoy duele como un miembro fantasma. EL ARTÍCULO SIGUE AQUÍ.
La fantasmagoría es muy conocida y practicada en nuestra ciudad, se escoge un descampado chabolista y se lo rodea de vallas publicitarias, así creamos una ciudad moderna del bienestar; o en un grado mayor, si hablamos de nuestro país, se crea empleo de cinco o diez horas semanales y ya tenemos la gráfica de afiliados a la Seguridad Social apañada para que no digan que este país no crece... la tradición de la derecha nostálgica de nuestro país tiene un punto esotérico nada desdeñable, parafraseando a Blake son capaces de ver la octava potencia en un grano de arena, y si hablamos de la memoria histórica, falla la memoria. Así que encontrar viejas alambradas en nuestra ciudad es el reflejo de una voluntad de especular con la propia vergüenza, seguramente para darle un uso posterior en beneficio de la vieja guardia.
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