martes, 22 de abril de 2014

El futuro










Esta fotografía lleva conmigo desde el pasado diciembre. Primero en el bolso y luego sobre mi escritorio, recordándome lo que quería contar, los meses que lleva parado este blog, las fotografías sobre las que alguna vez me proyecté y que siguen siendo futuro porque nunca cumplimos con literalidad nuestras proyecciones. Las cumplimos torcidamente, con un sentido muy otro que incluye lo que pensábamos que estaba fuera de esa foto, de nosotros; la mitad tuya y mía está hecha de eso, de ese Pero yo no. De desprecio.

La fotografía es un clásico de los álbumes de fotos de nuestros padres, que se habían comprado el piso en el nuevo barrio, en los setenta o en los ochenta. Gracias a ella, durante estos últimos meses me he estado acordando de Charo y Jose. La foto era suya; me la dieron tras una comilona en su casa. No sé si la sacaron de la caja de los retratos prohibidos, en los que posaban bellísimos, tan los ochenta y tan en Madrid. Cuando vi esos edificios de la foto, con pinta de recién alzados, pregunté que dónde, y ellos me dijeron que no estaban seguros, pero que seguramente Vallecas y  Palomeras. Ahora que sigo mirando la imagen mi  atención se va de los edificios a los huecos, que me producen cierta sensación de libertad, como si en lugar de estar construyéndose, la ciudad hubiera estado desarmándose y el proyecto para el futuro hubiese consistido en dotar a la urbe de espacios que no estuvieran predefinidos, que sirvieran para lo que cada cual se inventara.

¿Por qué siempre presuponemos felicidad en las imágenes del pasado, como si lo perdido se equipara a lo bueno (por su condición de perdido)? ¿Quizá no sea tanto la idealización de lo perdido como la inocencia de un instante todavía no contaminado por su devenir? ¿O se trata de que es imposible no proyectarnos en el futuro a través del pasado, y entonces esa felicidad es preventiva, el cinturón de seguridad de la vida, donde los golpes y los accidentes ocurren porque el coche no para?
 
La fotografía me lleva también a la película El futuro. Lo que se cuenta en este film vale en cierto modo para todas las proyecciones que hacemos sobre las imágenes del pasado, con la salvedad de que estas proyecciones son nostálgicas. De adolescentes creemos en la nostalgia, o necesitamos de ella para llegar a ser adultos. La nostalgia permite apreciar acríticamente casi todo, y eso es fundamental para precipitarse en los ritos de iniciación.
 
El futuro, de Luis López Carrasco, narra una fiesta de los ochenta que podría estar ocurriendo ahora, es decir, que va de un pasado que se extiende, y que por tanto deja de ser pasado para convertirse en presente y en futuro. Esa fiesta nos produce cierto asco y no poca inquietud: su condición de presente y futuro anula la nostalgia, es decir, su equiparación con lo bueno. Hay aquí una intención política, claro; no obstante, incluso sin esa intención el efecto habría sido el mismo, pues lo que abole el film son las condiciones de posibilidad de toda nostalgia.
 
 
 
 
 
Y en fin, que la fotografía que es el leitmotiv de este post no estaba tampoco muy lejos de El falso techo, poemario de Erika Martínez desde hace meses al alcance de mi mano, y que resulta ir casi de lo mismo que El futuro, esto es, de ese pasado que es un hoy que fue un mañana. Por ejemplo:
 
PROTECCIÓN OFICIAL
 
Me subvencionaron hasta hacer de mí
un producto ejemplar
de la socialdemocracia,
tuétano de infancia con monjas,
contestona sin decibelios,
curiosa, voluntarista,
mujer que asoma la cabeza,
soy un monstruo.
 
Como dedicatoria, Erika me pegó en la primera página de su libro una imagen muy de protección oficial pop que yo diría que es también la poética del poemario, pues en él la denuncia no está hecha desde la gravedad que se le presupone a una obra política, sino, y por su tono, como si fuera una canción pop (ligereza de las viviendas VPO; también lo pop como la ilusión de protección del mercado: esos productos que comprábamos alegremente no podían hacernos jamás daño). Esto me lleva a lo que Susan Sontag anotó en su diario sobre España y el pop en 1964: "Arte pop: solo es posible en una sociedad próspera, donde se puede ser libre de disfrutar del consumo irónico. Así, hay arte pop en Inglaterra -pero no en España, donde el consumo es aún demasiado serio". ¿Manolo Escobar, Los Brincos o Lola Flores eran consumo serio? ¿El Equipo Crónica no hacía arte pop?
 
Aquí la imagen que pegó Erika en mi ejemplar de El falso techo:
 
 
 
 
 
 Gracias.


CODA:
Tras leer esta entrada, me comenta Norberto Spagnuolo en Facebook lo siguiente a propósito de las nuevas viviendas de la fotografía: "1979/1990. Se desarrolla merced al empuje de las asociaciones de vecinos de todo el arco sud-este/sud-oeste de Madrid la recuperación de los derechos sobre el uso del suelo de los poblados de ocupación por derecho habitacional histórico. Ministerio de la Vivienda dirigido por la UCD, luego por los socialistas (IVIMA/COPLACO). Tierno Galván en el ayuntamiento. Antes de la transición, todos esos barrios (casi 300.000 personas), estaban destinados a desaparecer en honor de los vinculados al poder que querían desarrollar nuevos polígonos de ocupación por las clases medias a través de programas específicos de desarrollo. Se ganan los recursos, se trabaja en las asociaciones y federaciones de vecinos, y se consigue la "renovación de barrios", con permanencia de los vecinos históricos y adscripción de otros inmigrantes internos, básicamente gitanos, habitantes de chabolas, etc. Además se crean comisiones de control y seguimiento con generación de empleos, finalmente se entregan las viviendas a cambio de alquileres o precios ajustados". Y Luis López Carrasco me pasa el documental, que yo desconocía, "La ciudad es nuestra":