domingo, 14 de marzo de 2010

Segundo día

A los 15 años mi padre pasó una noche en Fuencarral. Vendía telas, y había ido a visitar a un hombre que completaba su jornal cosiendo trajes. Se le hizo tarde y se quedó sin tranvía, y el hombre, que no le compró ninguna tela, le consiguió alojamiento en una casa particular. Hablo de 1958.




Es Marta la que pone en duda mi concepto de periferia. Me dice: "Para los de Leganés, la periferia no era Aluche, éramos nosotros". También me tambaleé cuando Juan P. me dijo: "en mi libro hay un cuento dedicado a Plaza de Castilla". Pensé: ¿pero Plaza de Castilla es periferia? ¿No son las torres Kio y sus nuevas vecinas lo que busco desde lejos, entre la nube de polvo y contaminación, hasta el punto de que, si me faltan, no puedo soltar a gusto: Madrid? La pregunta evidencia mi noción de periferia: todo lo que no funciona como identificador de la ciudad. No es que los barrios no dejen su impronta, lo que ocurre es que, si no se vive en ellos, forman parte del espacio urbano como un todo, como una gran panorámica de color ladrillo y con descampados donde estamos dispuestos a creer que tenemos el don de la ubicuidad. David dice que se tiende cada vez más a hacer una vida centrífuga, y que los límites sólo pueden ser itinerantes: "hay quienes los ponen en Plaza Elíptica, pues de ahí salen autobuses a Leganés, a Móstoles, a Parla". También dice que la periferia sólo puede definirse con relación a un concepto, y que si lo hacemos desde las políticas culturales que se destinan a los barrios, concluiríamos que Madrid sólo tiene cuatro distritos: los que salen en el mapa de El Corte Inglés que encontramos en las recepciones de los hoteles y de los colegios mayores. Es decir: el centro y poco más.

Cojo la línea 10 en Tribunal y bajo donde nunca lo he hecho: en Fuencarral. Me cuesta moverme. Ayer me levanté griposa, y aunque no tengo fiebre, siento un peso caliente en la cabeza y en las extremidades (mientras escribo esto, mis neuronas amenazan con declarar una huelga sin servicios mínimos). Salgo a la calle Fuente Chica esperando encontrarme con una fuente.  La culpa de todo ya no es de Yoko Ono, sino de la Wikipedia. Llevo a mi padre en la cabeza, que llegó a Madrid el 30 de diciembre de 1948, a los 5 años, y que se fue a Badalona en 1961 (las fechas no las llevo en la cabeza; me las ha dicho luego, porque le encanta alardear de su memoria). Cuando le tocó hacer noche aquí, Fuencarral aún era un pueblo, y él tenía el dinero justo para el tranvía. Tal vez no lo alojaron gratis, sino a cambio de algunas telas.  El caso: busco la fuente, y tomo la calle Badalona no por mi padre, sino porque me parece la más atractiva. Pregunto a una señora mayor que sacude un trapo en una ventana por Plaza de Castilla (mi idea es callejear hacia el cuento de Juan P.). La señora es muy amable y me dice que queda lejos. Yo aprovecho para contarle qué hago aquí. Cuando me despido, siento no haberle preguntado por la fuente, y abordo a una chica que debe de ser de mi edad, y que está embarazada. La chica saca su orgullo y me dice que el verdadero Fuencarral, el de toda la vida,  no es esto, sino que está más arriba, a partir de la Iglesia de Nuestra Señora de Valverde ("mi virgencita, lo más importante del barrio"). La única fuente de la que ha oído hablar es un parque al que se le conoce como Fuente Piejo o Fuente Piojo (no lo dudo sólo yo al escribirlo, la chica también al pronunciarlo). Allí lleva todos los días a su perro. Con ella no puedo sincerarme como con la señora mayor; me parece que va a pensar que estoy loca si le digo que me dedico a pasearme por los barrios, y le suelto que soy periodista y que estoy escribiendo un artículo (el termómetro marca ya más de 37 y medio: ¿es esto fiebre?).

No hay fuente, pero escucho el agua que baja por las alcantarillas durante mi ascenso por Divina Pastora, donde me topo con Ñam-ñam, un comedor escolar dedicado a la educación alimentaria, con su plaquita de autorización de la Comunidad de Madrid. Cierto que a partir de aquí muchas calles son pueblo: casas bajas, silencio, alguna que otra silla junto a la puerta  porque el sol pica, tendederos de los que podríamos llevarnos un arrugado botín de batas floreadas y medias. Tiene razón la chica al darle tanta importancia a su virgencita: la calle principal se llama como la Iglesia, Nuestra Señora de Valverde, y supongo que la calzada que la cruza es la antigua carretera nacional. La incipiente gripe me mantiene pegada a estos hitos urbanos, aunque a ratos me olvido. Por ejemplo: llego a un parque que tal vez sea  Fuente Piejo o Fuente Piojo, candidato a marcar el límite de Fuencarral. Desde la colina, a la derecha, se avista tierra yerma, como escarbada y vuelta a poner, con montoncitos de escombros y grúas; a la izquierda, edificios y chalets nuevos, de los de tejado de pizarra y dos plantas que (me) producen desazón. El fin del fin es la sierra, y lo que me interesa es una casa vieja, de esas que quedan como reliquia en las afueras. De lejos parecen ruinas pero, si te acercas, siempre descubres un huerto, y que las han encalado hace poco. En ésta había, además, una fregona secándose entre los barrotes de una ventana y un caminillo franqueado por cactus. Nunca he conocido a nadie que sea dueño de una casa de estas, y me gustaría.

Otros hitos: la Casa Grande de Fuencarral, una suerte de palacio-cortijo en toda regla (he encajado el ojo en la cerradura de la puerta trasera); la bodega Pedro, de 1825 (entraba una mujer parecida a Pilar Bardem), una antigua ¿fabrica, tienda? de "jabón de Castilla" y "aceites de oliva" llamada Juan del Pozo (me he preguntado si tendría algo que ver con Jesús del Pozo). Para volver, he cogido el SE, y cerca de la Plaza de Castilla, en la calle Enrique Larreta,  había una placa que decía: "pluma que alcanzó la órbita trascendente de lo hispánico".

El termómetro marca 38 y unas décimas. Esto ya es fiebre. Lo dejo sin PARA EL CÓMIC, qué rabia. Y no quiero tomar antibiótico.  Espero no acabar delirando nombres de calles.

6 comentarios:

  1. Hola, Periférica. Me gustó la entrada. Por fin alguien habla de esos caserones que, como barcos fantasmas, vagan a la deriva por todo ese mar de ladrillo y cemento de son los barrios Madrid. Ah, cuando te hablaba de las políticas municipales, me refería únicamente a las políticas culturales. Estas se concentran,en más de un 80%, si no me equivoco, en sólo los cuatro distritos centrales.
    Que la fuerza y la salud te acompañen.

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  2. Lo corrijo.
    Me encantan esos caserones, seguramente porque idealizo el pasado, aunque también porque echo en falta espacio, pisar tierra en lugar de cemento y que el tiempo vaya más despacio.
    Un beso,

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  3. Por fin me doy un paseo por la Periferia.
    Una anécdota tonta: en junio fui a un festival de música con una amiga. En los inmensos recintos, la gente se centraba (en miles) frente a los escenarios. Yo me perdía en esos círculos de masas buscando el calor, y mi amiga desaparecía, se quedaba fuera. Yo le mandaba mensajes al móvil: "¿Dónde estás, periférica?". Cada una vimos cosas distintas, pero desde la periferia se ve todo más claro.

    Me gusta el desarrollo de esta nueva Periferia tuya.
    Me gustan los pequeños detalles inconscientes.
    Se aprende.
    Buen viaje, y bienvenida.

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  4. Gracias, Laruska. Eso es también lo que busco: lograr ver mejor y dejar que los hallazgos vengan solos. No forzar la máquina. Cotidianizar la escritura. No hacer literatura. No tener un libro en mente. Desautomatizarme.
    Besos, besos, besos.

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  5. Hola, enhorabuena por tu blog!La Iglesia del pueblo de Fuencarral es e San Miguel Arcángel, y efectivamente la patrona es la Virgen de Valverde pero su Ermita está en la carretera de Colmenar, donde acaba el Pau de Montecarmelo.
    que sigas periferiando!!!

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  6. Gracias por la información, Gonzalo. ¡Seguiré periferiando!

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