Decía Vicenç Pagès Jordà en Los jugadores de whist que los solares son una etapa del proceso de urbanización, etapa en la que un terreno baldío acaba siendo parcialmente cercado por edificios e invadido de trastos, ladrillos y escombros. Decía también Pagès que la mezcolanza, por ser cambiante, torna el lugar en inexplorado, y que eso es una fiesta para los niños, un laboratorio salvaje.
Hace un par de meses fui al Nuevo Carabanchel, y me topé con un solar anómalo. Estaba en el interior de un edificio que semejaba un tente de containers, o un cubo de rubik sin solución:
Se trataba de un montículo de tierra rodeado de pivotes y unos cuantos árboles aún raquíticos. Obviamente no era un solar, pero lo imitaba. En los safaris también parece que las fieras están en libertad. Los safaris, huelga decirlo, son mejores que los zoos, y los montículos de tierra en los que revolcarse y enterrar las manos para tocar los cuernos del diablo le dan mil patadas a esos parques de plástico que parecen casetas de perro. Sin embargo, y a pesar de su bondad, no dejan de ser simulacros, y la libertad no admite grados. Foucault podría ver aquí un refinamiento del poder: los niños se enfrentan a lo desconocido en un circuito multiaventura. Es decir: interiorizan un sentido de la aventura que otros han decidido por ellos. Un fiasco.
Seguramente exagero, y los infantes se las siguen arreglando perfectamente para salirse del plato. Para perderse con saludable perversidad en el falso solar:
Aunque este edificio me gusta, no podría vivir en él. No sé de qué material estará hecho, tal vez de uno que resiste tsunamis, pero yo no dejo de ver containers, de sentirme frente a la precariedad, de añorar unas paredes lisas y recias. Da igual que mi impresión no se corresponda con la realidad: crecí en casas que parecían sólidas, y ese es mi sentido del hogar. Aquí tendría miedo de despertarme una mañana y descubrirme pendiendo de una grúa y a punto de ser embarcada hacia, no sé, Dubrovnik.
Me daría miedo vivir en un lugar sin historia. Hace poco leí:
ResponderEliminarDe todos los objetos, los que más amo son los usados.
Las vasijas de cobre con abolladuras y bordes aplastados,
los cuchillos y tenedores cuyos mangos de madera
han sido cogidos por muchas manos.
Estas son las formas que me parecen más nobles.
Esas losas en torno a viejas casas,
desgastadas de haber sido pisadas tantas veces,
esas losas entre las que crece la hierba,
me parecen objetos felices.
Impregnados del uso de muchos,
a menudo transformados, han ido perfeccionando
sus formas y se han hecho preciosos
porque han sido apreciados muchas veces.
Me gustan incluso los fragmentos de esculturas
con los brazos cortados. Vivieron
también para mí. Cayeron porque fueron trasladadas;
si las derribaron, fue porque no estaban muy altas.
Las construcciones casi en ruinas
parecen todavía proyectos sin acabar, grandiosos; sus bellas medidas
pueden ya imaginarse, pero aún necesitan
de nuestra comprensión. Y, además,
ya sirvieron, ya fueron superadas incluso. Todas estas cosas
me hacen feliz.
Saludos,
Gracias, Jorge. ¿De quién es ese texto magnífico?
ResponderEliminarUn abrazo.
Pero cómo se puede escribir tan bien...
ResponderEliminarEn cuanto a los tentes de la periferia, hace unos meses vi en un de esos Callejeros por Madrid o similares, a una gitana que protestaba porque los pisos de protección oficial eran todos esos mamotretos estrafalarios. Y señalaba un edificio normal y afirmaba: "¿Ve usté? Esas son las de pago". Parece que el peaje a pagar por una VPO es pasar a formar parte del museo. O del Safari arquitectónico.
Se agradece el piropo. Y sí, parece que no hay término medio entre la grisura de los bloques prefabricados de antaño y la fiebre autoral de los arquitectos, aunque ahí la responsabilidad es de quienes seleccionan los proyectos.
ResponderEliminarSaludos.
Hola Elvira, perdóname, se me olvidó poner la cita. El poema es de Brecht. Creo que, al criarme en un pueblo y además con una historia considerable (http://gelaguna.blogspot.com/), me chirría más de lo normal todo esta proliferación de ligares asépticos y fantasmales que, como tu bien describes en esta entrada y en el resto del blog, aparecen en la periferia, creando lugares artificiales y deshumanizados. (Perdón por tanto enlace, pero lo considero MUY interesante para el tono del blog: http://www.elpais.com/articulo/portada/Todo/era/solido/elpepuculbab/20101225elpbabpor_5/Tes)
ResponderEliminarSaludos,
No hay nada que perdonar. Gracias mil.
ResponderEliminarBut what if you had no idea what it was like to live in a house: four walls and a roof. What if all your life you've only known tents made with blue plastic provided by the United Nations? Perhaps poetically speaking, having a room of one's own entails having space for memories of one's own that may or may not take place around a courtyard and nice trees and solid walls. The idea that these colorful, albeit, untraditional structures don't spell "home" does not necessarily mean they would not be 'dream homes' for those whose only structures in their lives are memories.
ResponderEliminarCheers!
Por supuesto, y si te he entendido bien, Anónimo: la idea de hogar es subjetiva, y lo que a mí no me vale puede que sí sirva para otros.
ResponderEliminarThank you for your comments!
eres guapa aunque te vea en esa foto de espaldas, siento este prólogo en tu blog
ResponderEliminarPor el halago te disculpo el prólogo.
ResponderEliminarBienvenido.
Yo estoy convencido de que esos containers se desplazan por la noche y sus ocupantes ignoran en qué nueva posición del cubo van a despertar. Un juego enrevesado construido por los niños que tiraban piedras en el solar. Con tus propias palabras: Un laboratorio salvaje.
ResponderEliminarEs un placer leerte.
De hecho, hoy ha amanecido uno frente a mi ventana.
ResponderEliminarGracias, Ricardo.
Creo que es la segunda vez que te oigo mencionar Los jugadores de Whist en el blog y en las dos ocasiones respecto a la idea de solar. No se si ponerme a buscar el libro y sumergirme en su lectura.
ResponderEliminarEl edificio que comentas es verdad que parece atractivo, singular, pero no invita mucho a su interiorización. Su condición de habitabilidad parece quedar en suspenso al ver ese cúmulo de containers apilados. Y es que al hablar de Foucualt he recordado, aunque ligeramente porque no se si era en El uso de los placeres o en El cuidado de si, donde exponía el conceptos de la "casa" en Grecia, pero con independencia de lo que dijera Foucualt o que se centrase en su forma griega lo que sí me parece interesante, como has apuntado al final de la entrada, es plantear la idea de la casa, qué entendemos por casa, por hogar.
Un beso!!!
A mí me gustó mucho el libro de Pagès, aunque lo saco aquí por la pertinecia de su descripción del solar.
ResponderEliminarMe dijeron que en efecto se trataba de containers (supuse estúpidamente que imitaban la forma); mi idea de casa los excluye, pero si me hubiese criado en containers otro gallo cantaría. O eso creo. En la apariencia endeble estaría la fuerza. La solidez.
No me olvido del paseo por San Blas.
Besote.