sábado, 25 de septiembre de 2010

Teoría del solar





"El descampado y el solar son etapas sucesivas del proceso de urbanización. Un campo que se deja de cultivar se convierte en un erial. No es hasta que el núcleo urbano se expande que el erial pasa a ser un descampado. Cuando una empresa constructora se acerca, el descampado se transforma en un solar,  última etapa antes de la conquista definitiva. Un día aparece un montón de arena, o una hormigonera, o una pila de ladrillos. Después alguien aparca un coche o un sofá viejo. Poco a poco se llena de colchones, jerséis destrozados, bolsas de plástico, ruedas de coche, cubos agujereados, alfombras, bidones, barras de metal o de madera, escombros, revistas, preservativos, recipientes con comida para gatos... Y he aquí el solar, ese terreno híbrido situado a medio camino entre la naturaleza y la civilización. Como concentra materiales de los dos ámbitos, como es cambiante y permanece inexplorado, como constituye una continua fuente de sorpresas, resulta ideal en tanto que terreno de juego. Situado fuera del circuito de padres y familiares, el solar permite actividades más o menos paleolíticas que ayudan a los infantes a crecer e integrarse en un entorno hostil y cambiante. Un niño amontona ladrillos, otro utiliza un rincón como urinario de emergencia, aquellos juegan a mistri y los de más allá construyen una cabaña que no es ningún prodigio arquitectónico, pero que es suya.

La esencia del solar es la provisionalidad. Cuando se levante un edificio, el solar lo habrá perdido todo, incluso el nombre de solar. En un pueblo no representa una pérdida grave porque las afueras están cerca, llenas de espacios para explorar. Pero cuando una ciudad pierde un solar deja de tener un espacio abierto, un laboratorio, una excepción."


Els jugadors de whist, Vicenç Pagès Jordà. Editorial Empúries. La traducción es mía.

13 comentarios:

  1. Ya no veo solares ni descampados, pero no es porque no estén ahí delante, sino porque mis ojos ya no son capaces de verlos como son, como ese espacio ideal, como terreno de juego para niños o ese híbrido entre la naturaleza y la civilización. Ahora, cuando veo un solar solo pienso en las posibilidades que ofrece.

    Como si me incomodase a la vista la desnudez de un espacio así o la ruptura en el conjunto arquitectónico circundante que supone un solar, imagino el nuevo edificio que se levantara en ese suelo, principalmente, como un edificio de viviendas. Al modo de una urgencia por deshacer esa provisionalidad que supone el espacio de un solar, la imaginación, como si de un laboratorio se tratase, se afana en dibujar formas, en determinar colores, en diseñar el interior. Es como si ese solar fuese lo artificial en el paisaje, como si en un momento anterior no hubieran existido los solares, los descampados, eriales o simplemente campo con independencia de que se cultive en ellos o no, cuando lo verdaderamente artificial es esa mirada, esa forma de subjetividad que solo piensa en rellenar espacios en las ciudades allí donde ve un pellizco de suelo con posibilidad.

    Saludos!

    ResponderEliminar
  2. Qué buena observación, Emilio. Esa mirada no me ha conquistado (¿aún?), si bien no sé hasta qué punto diría que tu forma de mirar es un trinunfo de lo artificial. ¿No es la cultura entera artificial, y por tanto también el campo, y el erial, y la misma selva?
    Un beso.

    ResponderEliminar
  3. Es verdad, Elvira,(soy Manuel Marcos, de Córdoba), los solares pronto serán de nuevo una utopía por conquistar. Ojalá sólo diera el sol en los solares, todo adquiriría otro sentido, quizá empezaran a caer los inmaculados edificios donde el Moloc ordena las almas, a su antojo.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  4. Amén, querido Manuel.
    Qué lujo verte por aquí.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. El solar urbano es como una mina sin explotar, tanto más valiosa cuanto menor sea su número. Quien lo posee espera sacar de sus entrañas las mayores riquezas. Y para que su valor sea el mayor posible no duda en mantenerlo virgen hasta que el mercado, ese sistema que todo lo puede y que se autorregula a decir por los entendidos, marque el momento de iniciar la excavación.
    Una vez extraídos los secretos escondidos, en el momento en que más valen, el propietario del solar hará crecer en él una montaña de piedra y cristal que deslumbrará a cuantos acierten a pasar a su lado y cuya sola presencia creará la necesidad de poseer parte de esa mole. El solar habrá visto suplantada su yerma extensión improductiva por un gigante agregado de microespacios garantes de poder, riqueza y posición, tan codiciados por los habitantes de las urbes, que surgirán expediciones de pioneros en busca de nuevos solares que explotar. Y así la historia se repetirá hasta el día que los solares desaparezcan por completo, convertidos todos en colmenas que miren al cielo para cobijarnos, y en simples imágenes para recordar.
    Qué tal Elvira, me alegro de que andes de nuevo por aquí.
    Un beso,
    Kike.

    ResponderEliminar
  6. Me encantó la poética del solar. Pero me ha hecho ser prosaica y pensar en la utilidad que se les da a veces como elementos de ocultación de poblados chabolistas como El Vacie,en Sevilla. Solares que se interponenen entre la mirada de quienes conducen por la autovía y el asentamiento en sí. Que son nombrados en grandes carteles con eufemismos tipo "zona forestal" haciendo ver que son provisionales y en los que crecen en efecto, árboles y arbustos silvestres, pero que están ahí sólo para tapar algo que no se quiere mostrar.
    Me encantó esta entrada (y tu traducción).
    Solar suena a algo parecido a soledad, está en ese campo semántico, ¿no?

    ResponderEliminar
  7. Kike y Charo, qué gusto veros por aquí.
    Kike, entonces el desahogo de los solares se lo debemos al afán de ganancia; se podrían sacar muchas conclusiones perversas de ahí, como la de que el mercado, en efecto, se autorregula hasta el punto de dar pequeñas treguas entre mole y mole. Por otra parte, seguramente habrían manifestaciones ciudadanas si se dejaran espacios a la buena de Dios, llenos de botellas rotas con las que los niños se pueden cortar, de los papeles de plata de la heroína y de gatos tiñosos. Soy muy fan de los solares porque me gusta ver cómo crecen los jaramagos cuando llega la primavera; sin embargo, y aunque estoy con Pagès de que la ciudad pierde, entiendo que no hay manera de asumirlos. O no en nuestras ciudades histéricamente civilizadas, donde los niños juegan en espacios de plástico que parecen casetas para perros. También entiendo que si yo tuviera un solar, querría forrarme con él. En fin, que vienen a ser un poco como las cosas muy buenas: ocurren y hay que dejar que se vayan. En cualquier caso, a ver si repetimos lo del paseo. Podemos visitar solares.
    Charo, yo entiendo que un solar está en mitad de un terreno urbanizado. Lo que hay a las afueras de las ciudades, y que se llena de chabolas, ¿no serían descampados? ¿O es que los llaman así en plan oficial -es decir: el solar de El Vacie-?
    Muchos besos a ambos.

    ResponderEliminar
  8. Aunque fuera un ladrillo no podría pensar en defender los continentes; esto es debido a que la conciencia es una artesanía sin límites, para la que no hay cerámicas de bolsillo, y también,claro está, porque un tocho no tiene actividad mental. Sin embargo, dispensado en esta manual osadía, llamo a la atención de que no existe geografía alguna de vestigios, sino de dulces ergonomías de la vista, es decir, añoranzas, pero...¿No le basta a la ciudad, y al periférico paseante, sentir su propio vacío, su solar, como la más sutil garantía? Tal vez el resto sean "pítimas formidables".

    ResponderEliminar
  9. Anonada por el comentario de Anónimo,te cuento: estos espacios que te digo están en la ciudad, y ya me he acordado del nombre que les ponen, en grandes carteles: "Regeneración de solares degradados". Junto a la parte más chunga de Polígono Sur hay otro. Pero pasan años y aquello no lo regenera nadie.¿Por qué será? Pasta seguro que valen,y son del Ayto.
    Besos,guapísima.

    ResponderEliminar
  10. Anónimo, entonces ese solar ya no sería el de Pagès, que creo que no tiene que ver con la nostalgia, sino con la posibilidad (con el presente y el futuro). Yo prefiero aparcar la nostalgia.
    Gracias por el dato, Charo. Valdrán una pasta, aunque ahora, tal como está el patio, poco rendimiento le sacarían.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  11. Tengan la bondad los periféricos de disculparme la ignorancia sobre su software solariego, y permítanme imaginarme antipático ante ustedes si sigo en mis trece, puesto que no sufro de triscaidecafobia. ¿Podrá el paseante de suburbios y afueras librarse de la superficial idea de que el solar ha de estar a pie de calle, de presente y de futuro, como un perro de sulky o un bordillo de acera, con su datura incluida, arborescente y sobreseído de fomento, para el regocijo de seguir siendo caminantes imposible de arriesgarse a la insatisfacción, y afianzar la trivial pertenencia a ese mundo que aún no ha procurado "despojarse de remilgos desdichados"? Gracias por admitirme a trámite, por retrasarme el poner pies en polvorosa.

    ResponderEliminar
  12. El solar que tu describes es, tal vez, una pausa. Un tiempo casi perdido, incierto, en la ciudad y su formal proceso. Un espacio que queda incompleto, tranformado pero desfigurado, que rellenan los días, las miradas y las personas que los imaginan y que nada saben de su orien y su primer o planificado destino.
    Comunes, cotidianos,tienen que ver con la incapacidad para controlar absolutamente el paso del tiempo. Aplazados, son algo que queda pendiente y que espera a que llegue de nuevo su momento. Y mientras tienen su propia vida.
    Si el proceso acelera, si la ciudad estalla, se expande y desparrama, el tejido metastatiza, y los solares se desacompasan, se multiplican y rezagan en el olvido, hasta el punto que quedan en verdad vacíos, sin días, sin miradas y sin personas que imaginen nada en ellos.

    ResponderEliminar
  13. Anónimo, aquí las configuraciones distintas de software son bienvenidas.
    Gracias, E. Sólo una aclaración: la descripción no es mía, sino de Vicenç Pagés Jordà, cuyo libro os recomiendo. Va a salir ahora la traducción al castellano. Y sí, me gusta esa idea del solar como tiempo incierto, e incluso como no tiempo. Por otra parte, y en la medida en que la explosión de una ciudad hoy va pareja a la construcción de circunvalaciones y carreteras, esos solares quedan aislados. No van niños a jugar, ni ancianas a pasear a sus perros. No son los solares del barrio; no se adaptan, por tanto, a la teoría del solar.
    Tengo la sensación de estar hablando de marcianos.
    Besos a todos.

    ResponderEliminar